OPUS MAGNUM. Cuaderno de notas de José Rodríguez-Guerrero

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Los Orígenes de la Alquimia IV: El contexto histórico, geográfico, social y económico.
Jueves, 4 de marzo de 2010.

Nuestra nota anterior fijó una datación fiable para los orígenes de la alquimia en Egipto, en torno al siglo I d.C, con el seudo-Demócrito como fundador. También quedó fechado su primer desarrollo hasta el siglo IV, con Zósimo, Sinesio y Olimpiodoro como testimonios destacados. Antes de detallar los rasgos de los alquimistas en ambas etapas, debemos analizar el contexto histórico, geográfico, social y económico de su época. Sólo así podremos llegar a comprender las claves del proceso de gestación de los más tempranos discursos alquímicos y responder a cuestiones fundamentales como:  ¿qué es la alquimia en su origen? ¿por qué surgió en ese momento?, ¿por qué en Egipto?, o simplemente: ¿por qué dejaron su doctrina en griego?...

Los primeros alquimistas vienen siendo calificados por la critica histórica con el adjetivo “griegos” debido al idioma en el que escribieron, si bien sus procedencias eran muy variadas. Vivieron en la zona geográfica propia de la Civilización Helenística, heredera de los reinos diádocos, que incluía territorios de la región Cirenaica, Italia, Sicilia, Grecia y sus islas, Chipre, Egipto, Tracia, Capadocia, el Imperio Seléucida (Siria, Asiria, Babilonia, Armenia, Patria), las ciudades atálidas y Bactriana. Estaban unidos entre si por el griego helenístico, al que denominaban “la lengua común”, o koinè glôssa (κοιν γλώσσα), promovida por sus respectivas clases gobernantes, con tres grandes dinastías dominantes (Ptolemaica, Seléucida y Antigónida), todas ellas de ascendencia helena.


Territorios influidos por el helenismo en torno al siglo I a.C.

Es muy importante tener en mente este mundo helenístico, que estrechó los lazos entre sus regiones en dos sentidos: Por un lado dinamizó los intercambios comerciales, creando un mercado común entre las regiones mediterráneas, Oriente Próximo y Oriente Medio. Por otro lado, la utilización del griego como lengua culta, facilitó el intercambio de ideas entre las élites intelectuales (que no a nivel popular), tanto en las artes como en las ciencias. Esta tendencia se mantuvo durante el Imperio Romano, vigorizando aún más el comercio y manteniéndo el griego como lengua vehicular de la cultura y la ciencia, sobre todo en su parte oriental.

Si queremos entender el origen de la alquimia nos tenemos que situar en este mundo helenístico, y muy particularmente en al área geográfica que comprende las provincias romanas de Egipto, Syria-Palestina y Caldea. Ellas reflejan las tres tradiciones que se dejan notar en los primeros tratados alquímicos, a saber: la egipcia (Phimenas de Saïs, Pibichius, Zósimo, Sinesio, Olimpiodoro), la hebrea (María, Teófilo, Moisés, Esdras) y la caldea o persa (Ostanes, Osrón, Jamasp). Estas regiones acapararon la preparación y exportación de manufacturas a partir de oro, plata, piedras preciosas, vidrio y tintes; precisamente las mismas materias que copan los textos fundacionales seudo-democriteos: confección del oro (crisopeya), de la plata (argiopeya), de las “piedras” (obtención de piedras preciosas a partir de pasta de vidrio coloreada, fayenza o composiciones vítreas) y de la púpura (el tinte más caro y distinguido de la Antiguedad).

Todos estos artículos de lujo alcanzaron un demanda nunca antes vista hacia los siglos I-II d.C., con el Imperio Romano en su máximo esplendor. Así las cosas, ciertas regiones decidieron apoyar fuertemente su economía local en estas industrias. La producción de vidrio y púrpura, por ejemplo, se hizo esencial para la provincia de Syria-Palestina, con Antioquía, Sidón, Biblos y Tiro como principales centros industriales, y con factorías por todo el Mediterraneo (Menfis, Cirene, Lepcis, Cartago, Tangis y Gadir). El vidrio soplado fue una de sus técnicas más exitosas desde su descubrimiento en el siglo I a.C. Las piezas que producían generaron enorme fascinación en todo el Imperio. Marco Beretta (2009) da muchos ejemplos del orgullo con el que los romanos hablaban del vidrio soplado y su amplia utilización para diversos fines. Un dato que puede ayudar al lector a hacerse una idea del volumen de fabricación del que estamos hablando es proporcionado por el profesor Stuart J. Fleming en su Roman Glass. Reflections on Cultural Change (University of Philadelphia, 1999). Basandose en los restos arqueológicos, Fleming calcula que durante el siglo II se poducían unos 100 millones de piezas sopladas cada año.

El otro producto estrella de Syria-Palestina eran los tintes, en particular el púrpura de Tiro, considerado indeleble. Era extraído con gran trabajo de un gastrópodo marino denominado Murex brandaris. Cada gramo de púrpura producido necesitaba de unos 9000 moluscos aproximadamente, tomados del mar justo antes de la primavera, lo que convertía a este tinte en un artículo de gran lujo que costaba su peso en plata. Llegó a ser el color de las clases más nobles y adineradas, e incluso el distintivo exclusivo del Emperador. Su promoción fue tanta por parte de los fenicios que su mismo nombre, “fenicio”, viene del griego Φοινίκη, que significa “púrpura”.

Si nos centramos en Egipto, la situación es, si cabe, más exagerada; hasta tal punto que, a diferencia del resto de provincias romanas, el procónsul de Egipto era un cargo de valor eminentemente administrativo, generalmente un publicano elegido directamente por el emperador de entre el Ordo Equester, sin la intervención del Senado. Este Ordo Equester era una clase social romana formada por hombres de negocios que, a través de las societates publicanorum, controlaban tanto los contratos estatales de abastecimiento y obras públicas, como la recaudación de impuestos en las provincias. Se buscaba así alguien con perfil de administración económica para Egipto, lo adecuado a una provincia definitivamente marcada por el comercio, en vez de los políticos de rango senatorial.

Se estableció un sistema económico mixto, que contaba con monopolios imperiales y negocios privados. De la explotación de los primeros y de los impuestos sobre los segundos obtenía ingresos el estado.

Es bien sabido que Egipto era el principal proveedor de trigo para todo el orbe romano, sin embargo este era un monopolio imperial, cosa que no ocurría con las manufacturas de productos de lujo, a menos que se exportaran fuera del Imperio. Los talleres de orfebrería se convirtieron en un modo de financiación regional, pues tenían fama de exquisitos y muy hábiles.

Así, los artesanos del país del Nilo eran admirados en todo el Mediterráneo por reproducir casi a la perfección todo tipo de piedras preciosas y semipreciosas, más valiosas en su tiempo que los metales nobles, tal y como relata Plinio el Viejo en su Naturalis Historia (XXXVIII, 204). Los ejempos que aporta Marco Beretta (2009) en este sentido son muchos y muy ilustrativos, así que remito a su reciente libro.


Joya de oro con imitaciones de esmeralda (s. I d.C)

También supieron los egipcios competir en el terreno de los artesanos syrio-palestinos y desarrollaron mucho más que ellos la técnica del vidrio soplado, que coloreaban como nadie. Diseñaron hornos con un mayor control de altas temperaturas (ca.1000ºC.) y estudiaron el valor de la sílice como componente clave para dar más claridad y transparencia. Lo aplicaron a multitud de objetos: lamparas, espejos, vajillas, aquarios, recipientes de todo tipo, urnas cinerarias, sarcófagos, ornamentos del hogar, etc.

Además de su valor comercial, este nuevo elemento sería clave para el avance del intrumental del laboratorio alquímico. Ya hablaré de ello en la nota siguiente.

Los alejandrinos, conscientes de las posibilidades del vidrio, fueron otro paso más allá que sus rivales fenicios con la invención (ca. 100 d.C) de un tipo traslúcido más refractario, ideado para aplicaciones arquitectónicas (ventanas, vanos, tragaluces).

Todos estos adelantos les dieron un monopolio de facto entre las cortes mediterraneas que pronto intentaron ampliar al comercio de tintes. Así, los recetarios alquímicos están llenos de referencias a la púrpura, el más caro de los tintes de la Antigüedad que, como ya dije lineas atrás, se pagaba a precios desorbitados. La Púpura de Tiro era la más cotizada y los egipcios intentaron reproducirla a toda costa. A este producto estrella se unían otros varios como el llamado “azul egipcio” o las tintas doradas.

También eran célebres los artesanos del Nilo por sus delicados trabajos con oro y plata. Su tradición se remontaba a varios milenios atrás. Buenos ejemplos de ello pueden ser la máscara funeraria de Tutankamon (1327 a.C.) y el Anillo de Ramsés II (ca.1279-1213 a.C.). Sin embargo su producción había decaído dramáticamente desde el denominado tercer periodo intermedio (ca.1070-650 a.C.), y en ningún caso, ni en los mejores momentos del Imperio Antiguo (ca.2700-2200 a.C.) o del Nuevo (ca.1550-1070 a.C.) se tenían las perspectivas de exportación que ofrecía el Imperio Romano en su momento de hegemonía (I-II d.C.), con casi 55 millones de habitantes e inmejorables rutas de comercio. Además, se hacía sentir con fuerza la creciente demanda de la Ruta de la Seda, en plena efervescencia por tierra y mar gracias a la prosperidad del Reino de Aksum en Etiopía, el Imperio Kushán en la India y el Imperio Han en China.

Afortunadamente el mercadeo con el exterior del Imperio estaba gravado por el estado con tasas muy elevadas, pero aún así Plinio el Viejo se lamentaba del vaciado de especias que suponía para Roma esta enorme demanda de manufacturas egipcias en Oriente. Su Naturalis Historia (VI, 101) hace una “estimación moderada”, según sus palabras, de unos 120 barcos de mercancías partiendo cada año desde Myos Hormos a la India. Llevaban oro, plata, púpura, piedras preciosas, coral y azafrán por un valor de 100 millones de sestercios.

El anónimo autor del Periplo por la Mar de Eritrea (I d.C) describe los mismos artículos, e incluye también:“...muchas mercancías de cristal de roca, y otras de murrha, fabricadas en Diospolis; y latón, que se utiliza como ornamento y en piezas cortadas para hacer de moneda”.


Principales exportaciones desde Egipto (en azul) en los siglos I-IV,
dentro del Impero Romano (en rojo) y a otros lugares (en amarillo)

El preponderante papel en la economía y la sociedad egipcia de los productos obtenidos por manipulaciones alquímicas es explícitamente comentado por varias fuentes, incluidos los propios alquimistas griegos. Olimpiodoro (IV d.C.) nos dice lo siguiente:

“Todo el reino de Egipto es sostenido por estas tres artes, el arte de las cosas oportunas, el arte de la naturaleza y el arte de tratar los minerales. [Este último] es el arte llamado divino, es decir el arte dogmático para todos aquellos que se ocupan de las manufacturas y de las técnicas honorables conocidas como las cuatro químicas”.

Estas cuatro “químicas” de las que habla son las establecidas en origen por el seudo-Demócrito: crisopeya, argiopeya, piedras y tintes. Acto seguido Olimpiodoro retrata el férreo control estatal sobre esta industria:

“El arte divino, detallando su operativa, ha sido revelado únicamente a los sacerdotes. En efecto, la manipulación natural del mineral pertenece a los gobernantes; así, cuando un sacerdote, o lo que llamaban un sabio, explicaba las cosas que había recibido en herencia de los antiguos, o de sus ancestros, aún cuando poseyera completamente su conocimiento, no la comunicaba sin reserva, pues de otro modo habría sido castigado. Igual que los artesanos encargados de acuñar la moneda real no la acuñan para si mismos, pues serían penados. Así también, bajo los reyes de Egipto, tanto los artesanos encargados de las operaciones hechas por la vía del fuego, como aquellos que tenían el conocimiento del lavado del mineral y de los procesos operativos, no trabajanban para sí mismos, sino que estaban encargdos de acrecentar las arcas reales. Tenían jefes particulares, encargados de las riquezas del rey, y directores generales, que ejercían una autoridad tiránica sobre el trabajo del mineral por el fuego. Era ley para los egipcios que nadie divulgase estas cosas por escrito”.

Los datos anteriores parecen estar basados en buena medida en el Primer Libro de la Cuenta Final, donde el panapolitano Zósimo (III2 d.C.) dedica estar palabras a su colega Teosebia:

“Todo el reino de Egipto, oh Mujer, depende de estas dos artes, la de las tinturas convenientes y la de los minerales. El arte llamado divino, sea en sus partes dogmáticas y filosóficas, sea en la mayor parte de las cuestiones de menor importancia, ha sido confiado a guardianes para la subsistencia [de Egipto].

Este interesantísimo texto prosigue así:

“Su poder creador pertenece a los reyes. Si ellos lo permiten, lo expone de viva voz, o lo interpreta según las estrellas, aquel que ha recibido el conocimiento de sus antecesores. Pero aquel que poseía el conocimiento de estas cosas no fabricaba para sí mismo, pues hubiera sido penado; de igual modo que los artesanos que saben acuñar la moneda real no tienen el derecho de acuñarla para ellos mismos, bajo pena de castigo. Del mismo modo, bajo los reyes egipcios, los artífices de la técnica de la cocción y aquellos que conocían [todos] los procedimientos, no operaban para ellos mismos, sino para los reyes de Egipto, y trabajaban con vistas a sus tesoros. Tenían jefes particulares encargados de dirigirlos, y era muy grande la tiranía ejercida en la técnica de la cocción, no solo en sí misma, sino en lo que tocaba a las minas de oro. Pues en lo concerniente a excavaciones, era regla entre los egipcios, que se necesitase una autorización escrita”.

Haré notar aquí que, como regla generalizada en todo el territorio romano, las minas en época imperial eran monopolio estatal, propiedad del emperador, que las administraba a través de los procuratores. Así, las grandes minas egipcias estaban gestionadas por un procurador imperial, llamado procurator metallorum, asistido por un destacamento de soldados.

Zósimo también nos dice sobre este asunto que:

“Estaban muy celosos de la divulgación del arte en sí mismo; y no dejaban al manipulador sin castigo. Aquel que hacía una excavación sin autorización, podía ser precipìtado (y muerto) por los guardianes de los mercados de la ciudad, encargados del cobro de los impuestos reales”.

Las manufacturas de metales estaban asociadas a los templos, supervisadas por los sacerdortes, tal y como veremos en la siguiente nota que estoy preparando. Autores como François Daumas (1983), Philippe Derchain (1990) y sobre todo Sydney Hervé Aufrère (1991) han arrojado luz sobre este asunto, aportando evidencias documentales y arqueológicas.

La importancia capital de la alquimia para Egipto es de nuevo evidenciada en una anécdota que aparece en las Actas de San Procopio (s. IV) en la Historia chronike de Juan de Antioquía (s. VII) y en le Lexico de Suidas (s. X). Este último lo narra en dos entradas de su obra. La primera referente al emperador Diocleciano (245-316 d.C.):

“Después de estar buscando los libros escritos por los antepasados sobre la química del oro y la plata, los quemó con el fin de que los egipcios no obtuvieran más beneficios de esa técnica, ni que su exceso de dinero en el futuro los envalentonara contra los Romanos”.

La segunda en su definición de “alquimia”:

“Alquimia: técnica de fabricar la plata y el oro, cuyos libros fueron confiscados y quemados por Diocleciano. Irritado por los Egipcios a causa de su sublevación, Diocleciano les trataría dura y cruelmente cuando, después de haber hecho incautar los libros sobre alquimia dedicados al oro y la plata escritos por los antepasados, los hizo quemar a fin de que los Egipcios no pudieran procurarse riquezas gracias a ese arte”.

Efectivamente sabemos que Diocleciano fue imponiendo una serie de reformas, para adaptar los impuestos locales del mimado Egipto a los patrones del resto de provincias romanas, lo que provocó revueltas regionales desde el año 291. Finalmente se produjo una rebelión general (ca.296-298) encabezada por dos hombres, Domitianus y Achilleus, que se proclamaron emperadores. Alejandría fue su principal apoyo y la última ciudad en caer tras ser sitiada. Según los testimonios citados, una de las represalias de Diocleciano habría consistido en quemar las obras de alquimia, principal fuente de financiación para Alejandría y Egipto en general.

Quede pues claro que el comienzo de la alquimia se enmarca en un momento inmejorable para que esto se produzca. El volumen de trabajo el los laboratorios egipcios es formidable en esa época comparado con las anteriores, sus técnicos tendrán un estatus social muy elevado, su instrumental de laboratorio se mejorará a un ritmo vertiginoso y su integración en el mundo grecorromano a través del idioma griego les hará familiarizarse con las teorías filosóficas clásicas.

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Acerca de este weblog

Opus magnus es el nombre que he elegido para encabezar un pequeño cuaderno de notas, cuyos contenidos están relacionados con el día a día de mi afición a la alquimia. Incluiré en él una serie de comentarios, redactados todos en un tono informal, que no tendrían cabida, ni sentido, en un texto académico.
 


...¿qué cantidad de papel sería suficiente para exponer los misterios tan vastos del arte? Incluso si preparase un papel tan extenso como el cielo, yo no podría desarrollar aquí sino una pequeña parte...”.

Olimpiodoro (s. IV)
Sobre la Práctica de Zósimo.


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Sobre el autor

Una de mis grandes aficiones es el estudio de los textos alquímicos. En relación a este asunto, me encargo de editar la revista Azogue, y de formar una pequeña biblioteca que pueda servir a otras personas interesadas en la misma materia.

Datos del autor (en inglés).

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