Benito Jerónimo Feijoo

SOBRE UN FÓSFORO RARO
 
Tomado de sus "Cartas eruditas y curiosas" (tomo I, carta 7) (1742-1760)

 

1. Muy señor mío: El Fenómeno, que Vmd. me refiere haberse visto en la casa del Señor Marqués de N. esto es, haberse hallado de noche luminoso un pedazo de carnero guardado en una Alhacena, es bastantemente raro; pero no tanto que no tenga yo noticia de tal cual ejemplar dentro de la misma especie.

2. A la verdad son tantos los Fósforos naturales, que aun cuando se descubre alguna nueva especie, no debe causar una grande admiración; siendo tan posible, que en algunos cuerpos, en quienes no se pensaba que pudiesen tener la calidad de Fósforos, tal vez por accidente concurra aquella combinación de principios, que es menester para serlo. Pongamos, que como comúnmente se filosofa, de las partes sulfúreas, y salinas, que hay en los cuerpos Lucíferos, resulta la iluminación. No hay cuerpo alguno animal, en cuya composición no entren el azufre, y la sal; pero es menester sin duda una determinada combinación de estos dos principios, para la producción de aquel efecto. Esta combinación es constante, y natural en todas aquellas especies de cuerpos, cuyos individuos todos uniformemente son Lucíferos, como los gusanos, que llamamos Lucernas, Lucerniagos, [101] o Luciérnagas; las moscas llamadas Lampyrides, que hay en Italia, y otros Países: sobre todo, los Cucuyos de la América; muchísimos pescados, &c. Y en orden a los pescados debo advertir, que aunque en muchos Autores se lee, que en las escamas se deposita la luz, pero en la carne sólo cuando está podrida, o muy cerca de la putrefacción; la experiencia ha manifestado, que aun la carne sana es Fósforo muchas veces.

3. Pero hay también, tal vez por accidente, la misma combinación de principios en cuerpos, que por su nativa composición no la tienen; o ya porque en uno, u otro individuo, en tales, o tales circunstancias, resulta tal disposición interna, que de ella se origina la combinación dicha; como se lee de algunos hombres, que a tiempos arrojaban una especie de llamas inocentes; y de los cadáveres de que habla el Doctor Martínez, que abierto un agujero en el estómago, y aplicando a él una vela, se encendía; o ya porque la acción de algún agente extrínseco induce en otros cuerpos esa disposición; como muchas piedras preciosas, que calentándolas al fuego, y algunas sólo con estregarlas fuertemente, se hacen Fósforos por un breve rato. Lo mismo digo de la piedra de azúcar, quebrándola con alguna violencia en la obscuridad: de los pelos de los gatos estregados con fuerza, &c.

4. De uno de los dos modos dichos se produjo sin duda el Fósforo en cuestión, sin que se pueda decir de cuál de los dos determinadamente; pues aunque no se descubra agente extrínseco alguno inductivo de la disposición necesaria en el carnero, no por eso se puede asegurar que no le hubo. Tiene la Naturaleza muchos agentes, que nos son ocultísimos. En los hálitos de los cuerpos vecinos, y en la inmensa variedad de los corpúsculos, que vuelan por la Atmósfera, hay innumerables totalmente imperceptibles al sentido. Por otra parte, puestas algunas determinadas circunstancias, de que no podemos dar razón, la cualidad lucífera se comunica con una facilidad extraña.

5. Arriba he dicho, que el Fenómeno que se vió en la casa [102] del Señor Marqués, no es tan raro, que no tenga tal cual ejemplar dentro de la misma especie. Dos he encontrado insignes en el Cuarto Tomo de las Recreaciones Matemáticas, y Físicas, lib. I cap. 12, de que se citan, como testigos, dos hombres bien famosos en la República Literaria, Jerónimo Fabricio de Aquapendente, en el Tratado de Ocul. visus organ. cap. 4; y Mr. Lemeri en su Curso Químico.

6. El testimonio de Aquapendente es como se sigue: «El año de 1592, en el tiempo de Pascua, tres jóvenes nobles compraron un Cordero, del que comieron una parte el día de Pascua, y colgaron el resto arrimado a una pared. Llegando la noche, percibieron que algunas porciones de la carne del Cordero lucían en las tinieblas. Enviáronme este resto del Cordero; y habiéndole puesto en un lugar muy obscuro, observamos, que la carne, y aun la grasa, brillaban como una luz argéntica, y que aun un Cabrito que tocó a la carne del Cordero, lucía del mismo modo en la obscuridad. No paró aquí la maravilla. Los dedos de algunos que tocaron aquellas carnes se hicieron luminosos; y hubo tal cual, que estregándo con los dedos el rostro, le comunicó a él el resplandor. No soy yo el único que vió estos admirables efectos. Muchos vecinos de Padua los vieron también.» Hasta aquí el Autor citado.

7. Lemeri no hace tanto misterio del caso, o por mejor decir, no le tiene por tan insólito. «Se hallan a veces, se dice, en las Carnicerías pedazos de vaca, y de carnero, que lucen de noche, aunque sean recien muertos, y otros, muertos al mismo tiempo, están totalmente destituidos de la luz. Hubo en Orleans este año de 1796 {sic}, en un tiempo muy templado, cantidad de estas carnes lucientes, las unas totalmente, las otras por intervalos, en forma de estrellas. Se ha notado también, que en las oficinas de algunos Carniceros, casi todas las carnes se hallaron luminosas, y en las de otros, ninguna. Creyóse al principio, que estas carnes no se podían comer, y se arrojaron al Río muchas de ellas, lo que ocasionó pérdida considerable a algunos Carniceros; pero muchos se animaron a comerlas, y no sólo no [103] experimentaron daño alguno; pero hallaron que eran tan buenas como las demás.»

8. En este ejemplar tiene mi Señora la Marquesa un motivo concluyente para disipar la aprehensión que la poseía, de que la carne del Carnero iluminado haya hecho algún daño a los que la comieron. Y yo estoy sumamente complacido de haber encontrado noticia tan oportuna para este efecto.

9. Este mismo caso nos manifiesta, que es imposible determinar, si la iluminación de ese Carnero provino de alguna disposición interna de él, u del influjo de algún agente extrínseco. Es claro, que habiéndose hallado casi todas carnes de unas oficinas luminosas, y de otras ninguna, esta discrepancia vino de algún agente, que había en unas, y faltó en otras. ¿Pero quién podrá señalarle? Sólo un Angel. ¿Qué sé yo si en aquellas oficinas, donde se produjo la iluminación, dimanó ésta de algunos hálitos salinos sulfúreos, que se levantaron de aquel terreno? ¿Si vino de algunos particulares corpúsculos nadantes en aquellas porciones de la Atmósfera? ¿Si el aliento, si la mano, si los efluvios de tal y tal Carnicero fueron cooperantes con otros principios activos, que concurrieron en aquel determinado tiempo? Las mismas dudas, y otras que omito, son aplicables al Fósforo en cuestión.

10. Esto es lo que me ha ocurrido de pronto en respuesta a la de Vmd. La materia es capaz de más largo discurso; mas como Vmd. me insinúa, que mi Señora la Marquesa está asustada del caso, me pareció preciso responder a vuelta de Correo, por no dilatar a su Señoría el desahogo, que puede lograr con estas noticias. Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años, &c.

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