Benito Jerónimo Feijo

 
SOBRE LA RESISTENCIA DE LOS DIAMANTES Y RUBÍES AL FUEGO
 

Tomado de sus "Cartas eruditas y curiosas" (1742-1760)


 

1. Muy señor mío: Recibí la de Vmd. en que después de favorecer mis Escritos con elogios muy superiores a su mérito, y con igual grado acreedores a mi gratitud; con observancia, no sólo exacta, mas aun escrupulosa de todas las leyes de la urbanidad, me propone una reciente observación, que al parecer falsifica lo que de la resistencia del Diamante al fuego escribí en el Tom. 2, Disc. 2, num. 66. Sobre que lo primero que se me ofrece decir, es, que pudo Vmd. excusar las cortesanas precauciones, con que hace salva para entrar en el argumento, pues las objeciones de este carácter, bien lejos de ofenderme me obligan; y cuanto desprecio los reparos de fruslería, en que algunos han gastado tanto papel, estimo las advertencias bien fundadas, que, o me enseñan lo que ignoro, o confirman lo que tengo escrito, o me dan motivo para aclarar lo que no había bastantemente explicado.

2. La observación de Vmd. rueda sobre los Diamantes del Relicario del Real Palacio de Madrid, que en el incendio de este grande edificio padecieron manifiesto detrimento en lustre, y diafanidad, y aun uno de ellos pareció hendido. De este hecho constante deduce Vmd. discretamente, que en un fuego mucho más violento, el cual es sin duda posible, padecerán mucho mayor daño a proporción los Diamantes; de que se debe concluir, que absolutamente es inferior la resistencia del diamante a la valentía del fuego. Añade Vmd. la notable circunstancia, y muy digna de llegar a la noticia de todos los Naturalistas, de que los Rubíes (del mismo Relicario, a lo que yo entiendo) salieron totalmente [130] indemnes del fuego; esto es, sin perder ni un grado de esplendor, y aún algunos con notorio incremento de él: por lo que discurre Vmd. que el ignium victricis natura de Plinio, acaso se deberá entender, no del Diamante, sino del Rubí.

3. Para responder con método, y claridad, de modo que no se confundan unas especies con otras:

4. Digo lo primero, que en el hecho referido se debe, ante todas cosas, separar lo cierto de lo incierto. Que los Diamantes se ofuscaron por la operación del fuego, es cierto; mas que el diamante hendido recibiese esta lesión por la misma causa, es muy dudoso: y parece mucho más verisímil, que fuese efecto de algún gran golpe que recibió de piedra, u otro material, al precipitarse el edificio.

5. Consiguientemente digo lo segundo, que no puede hacérseme cargo de la hendidura del Diamante, como ocasionada del fuego, siendo ésta una suposición enteramente voluntaria; si sólo del daño que padecieron los Diamantes en el detrimento de su diafanidad, y tersura.

6. Digo lo tercero, que este daño, en ninguna manera contradice lo que en el lugar citado arriba dije de la resistencia del Diamante al fuego. Nótense mis palabras: Pero es verdad que no le rompe el más activo fuego. ¿Dije yo, que no le deslustra, que no le obscurece, que no le ofusca? No por cierto; sí sólo, que no le rompe. Es muy distinto un daño de otro. En efecto, yo siempre entendí en este sentido lo que dicen los Naturalistas de la resistencia del Diamante al fuego.

7. Digo lo cuarto, que la sentencia Pliniaca Ignium victrix natura, no puede entenderse del Rubí, sino del Diamante; porque del Diamante habla expresamente en todo el contexto debajo del nombre de Adamas; esto es, en el lib.34, cap. 4. Y debajo del nombre Adamas, siempre los Latinos entendieron lo que nosotros llamamos Diamante.

8. Digo lo quinto, que aunque en el lugar citado sólo habla Plinio del Diamante, en otro, que es el capítulo 7 del [131] mismo libro, hablando del Rubí, debajo del nombre de Carbunculus, le atribuye el mismo privilegio de resistir al fuego: Carbunculi a similitudine ignium appellati, cum ipsi non sentiant ignes. Lo mismo dicen otros Naturalistas. Francisco Rueo (de Geminis lib. 2, cap. 14) dice, que arrojados los Rubíes en el fuego, parece que se ha apagado su esplendor; pero sacados de él, y rociados con agua, le recobran enteramente. Creo que esta diligencia sea excusada. El Filósofo Tolosano Francisco Baile, Tom. 2. Physic. disp. 5. de Fossilibus, art. 1, absolutamente pronuncia: Rubinos a rubore nomen habet, quia instar sanguinis, aut Laccae Indicae, rubet, duritie praestat, invictusque in igne permanet. Así los griegos llaman a los Rubíes Apirotoi, que significa resistentes al fuego. Para entender bien la significación de la voz Latina Carbunculus, es menester tener presente lo que he escrito, tom. 2, disc. 2, num. 40.

9. Digo lo sexto, que aunque los Naturalistas comúnmente a ambas piedras, el Diamante, y el Rubí, confieran el privilegio de resistir la violencia del fuego, parece le reconocen con algunas ventajas en el Diamante; porque generalmente dicen, que ésta es la más dura de todas las piedras preciosas; y la mayor dureza, parece que trae anexa la mayor resistencia, tanto a la llama, como al martillo. La experiencia de los Diamantes, y Rubíes de Palacio prueba lo contrario: con que es preciso decir, o que los Naturalistas que dicen aquello, no estaban bien informados; o que el cotejo experimenta, que hicieron, fue entre Diamantes muy finos, y Rubíes de baja ley; porque en efecto en los Rubíes hay gran variedad. Acaso los Rubíes del Relicario de Palacio serán excelentísimos, y los Diamantes respectivamente a su clase muy inferiores; que no pocas veces lo más excelente de una especie inferior tiene accidentes mejores que lo ínfimo, y aun mediano de otra especie superior; como el buen pescado da más sano nutrimento que la mala carne.

10. Digo lo séptimo, que no obstante la experiencia del incendio del Palacio, no deben los Rubíes gloriarse de una absoluta invencibilidad, respecto de la actividad del fuego. [132] La prueba clara de que no gozan en supremo grado tal prerrogativa, se halla en la Historia de la Academia Real de las Ciencias del año de 1699, pag. 93, donde entre otros muchos experimentos hechos con el Espejo Ustorio de vidrio, de tres, o cuatro pies de diámetro, obra del famoso Mr. Tschirnhaus, se refiere el siguiente, traducido a la letra del idioma Francés al nuestro: Todos los cuerpos, exceptuando los metales, pierden sus colores en este fuego. Aun las piedras preciosas son prontamente despojadas de ellos; de suerte, que un Rubí Oriental pierde todo su color en un momento.

11. Dirame Vmd. acaso, que éste es fuego de otra especie. Pero yo digo con el célebre Chimista Mr. Homberg, y casi todos los Físicos modernos, que no es sino de la misma. Toda la diferencia está en ser la del Sol llama pura, y por tanto mucho más penetrante; y la de nuestro fuego mezclada con partes sulfúreas, terrestre, y otras.

12. Añado, que el exceso de actividad, que se atribuye al fuego Solar sobre el Elemental, sean, o no los dos fuegos de la misma especie, se debe entender haciéndose el cotejo con fuego Elemental, que no supere enormísimamente en cantidad, o volumen al Solar. La experiencia enseña, que cuanto es mayor la materia encendida, tanto más activo es el fuego. Cuatro ascuas, por encendidas que estén, no licúan una pieza de plata, u oro; pero la licúan dos, o tres mil ascuas congregadas. La rama de un árbol verde tarda media hora, o más en encenderse, colocada en el fuego de una cocina; pero vemos, que cuando después de prender el fuego en una selva, toma mucho cuerpo, son tan rápidos sus progresos, que un árbol verde, y grande, se enciende todo al momento que le toca la llama de los árboles vecinos. Así creo yo, que si en un horno extraordinariamente grande, bien proveído de carbón de Encina, o Urce, después de bien encendido, se arrojasen, tanto Rubíes, como Diamantes, unos, y otros perderían su lustre, y acaso saltarían, o se licuarían.

13. Esfuerza esta conjetura mía lo que Francisco Baile, citando la Disertación del Abad Bourdelor, refiere acaeció en [133] el horroroso incendio del Etna del año 1665. Abrió aquel abismo de fuego que ardía en las entrañas del monte, tres nuevas bocas, por donde salieron tres ríos de materias metálicas, y minerales licuadas, los cuales se juntaron en uno, que tenía de ancho casi una milla. La ardiente actividad de aquel ígneo licor era tal, cual nunca se vio, ni antes, ni después. Las piedras, que arrojaban en él, al momento se licuaban. Metiendo una espada hasta la mitad, la porción sumergida en un punto de tiempo se hacía líquida; y el que hacía el experimento, quedaba no más que con la mitad de la espada en la mano. No excede, ni aun iguala a esta violencia la actividad de los mejores Espejos Ustorios, que hasta ahora se han fabricado, como en orden al de Mr. Tschirnhaus se puede ver en el tomo, y lugar citado arriba de la Historia de la Academia, num. 3, y 4. Y en orden al de Mr. Villete, en nuestro segundo Tomo, Disc. 14, num. 3.

14. En consecuencia de esto, digo lo último, que el privilegio de que los Naturalistas atribuyen, ya al Diamante, ya al Rubí, de resistir al fuego por activo que sea, no se extiende ni a una masa grandísima de fuego Elemental, ni al fuego Solar concentrado en el foco de los mayores, y mejores Espejos Ustorios. Es verdad, que ellos atestiguan el privilegio sin limitación, porque sus experimentos no se extendieron a los casos en que la naturaleza le limita. Ahora ya sabemos, que en cuanto al color, y lustre no resiste el Rubí al fuego de los Espejos Ustorios: El Diamante, ni a éste, ni al de los grandes incendios. Es harto verisímil, que si en adelante se fabricaren mayores, y más perfectos Espejos Ustorios, en sus focos se romperán, y licuarán, o calcinarán, Diamantes, y Rubíes. Lo propio discurro, si los arrojasen en el río metálico, que brotó del Etna, o en un horno grandísimo, bien proveído de Encina, o de raíz de Urce. Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años, &c.

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