- JOHANN GRASSHOFF(?), "Tratado Áureo de la Piedra de los Filósofos", texto traducido presentado y anotado por Domingo Selat, «Azogue», nº 2, Julio - Diciembre 1999, URL: http://www.revistaazogue.com

 

ANÓNIMO (JOHANN GRASSHOFF?)

TRATADO ÁUREO DE LA PIEDRA DE LOS FILÓSOFOS


 

PRESENTACIÓN.

El Tratado Áureo fue publicado por primera vez en la colección Dyas chymica tripartita (1625) con el título Ein güldener Tractat vom Philosophischen Steine. Von einem noch Lebenden, doch vngenanten Philosopho den Filiis Doctrinae zur Lehre, den Fratribus aureae Crucis aber zur Nachrichtung beschrieben. Anno M.DC.XXV. Ese mismo año apareció también traducido al latín en la primera edición del Musaeum Hermeticum.

Según explica la leyenda del frontispicio, el autor vivía aún cuando se publicó la obra. Como es frecuente en el caso de estas ediciones anónimas, la autoría le ha sido atribuida a su editor, el jurista Johann Grasshoff. Ferguson (Bibliotheca Chemica) da de él la siguiente noticia:

«Johann Grasshoff, nacido en Pomerania, doctor en leyes, Síndico de Stralsund y después consejero de Ernesto, arzobispo y elector de Colonia, escribió en parte anónimamente, pero también con los nombres Grassaeus (Crasseus, Grossaeus), Chortolasseus y Hermannus Condeesyanus.»

La obra consta de una introducción, el tratado propiamente dicho y una práctica parabólica. La introducción es una justificación en la que se encuentran muchos tópicos de esta época: el próximo fin del mundo, la enorme cantidad de textos sofísticos y adulterados; el propósito de ayudar a los estudiosos descarriados; el deseo de entrar en contacto con los adeptos "hermanos de la Cruz Áurea".

El objetivo del tratado propiamente dicho, según el autor, es mostrar la materia y su solución, los dos puntos más difíciles de la Obra, en opinión de muchos autores. Respecto a la materia no aporta nada nuevo a la solución del misterio, limitándose en definitiva a exponer cuáles son las materia inadecuadas, tema tratado anteriormente con mayor o menor extensión en multitud de obras, entre ellas la Filosofia natural de los metales del Trevisano. La originalidad, importante si más no para la historia de la alquimia, consiste en la detallada argumentación y puesta al día de ese rechazo; en menor medida es interesante también el gran aparato de citas reunidas para ejemplificarlo.

De la mano de Grasshoff recordaremos: todos los Filósofos hablan de lo mismo aunque parezcan estar en desacuerdo; la materia de la piedra, que es una por más que sea designada con multitud de nombres, es el mercurio, o sea, la materia prima de todos los metales; hay que hacer caso omiso de tantas recetas inútiles y seguir la intención de los Filósofos; hay que rechazar las sustancias de origen animal y vegetal y dirigirse al mineral, pero incluso en éste son inútiles para la obra los minerales menores, las sales, vitriolos y medios minerales, entre ellos el antimonio; tampoco son de utilidad el azufre o el mercurio vulgares.

Limitados al reino metálico, hay que tener en cuenta que los metales imperfectos son inadecuados por carecer de la perfección que el alquimista busca. Quedan finalmente sólo los metales perfectos como materia apropiada, pero no el oro y la plata vulgares, que están muertos, sino los de los sabios, que están vivos.

El desarrollo que da a la solución es bastante más restringido que el dado a la materia: esta operación imprescindible es muy difícil; hay que rechazar las aguas corrosivas y usar sólo las que son del mismo género que el cuerpo; ella es el máximo arcano del arte y los filósofos han prohibido revelar este misterio. Esta operación tiene dos fases: en la primera el cuerpo se reduce a materia prima; en la segunda, con la congelación del cuerpo se realiza la coagulación del espíritu. El resto de la obra es trabajo de mujer y juego de niños.

Aunque las narraciones alegóricas y las visiones no faltan en la antigüedad, la parábola que cierra el tratado es un ejercicio literario que sigue la moda iniciada por Trevisano de las "prácticas parabólicas" de carácter onírico(1), que se apartan de las antiguas prácticas medievales consistentes en colecciones de recetas; ahora son más bien exposiciones alegóricas del proceso lineal de la obra en su totalidad.

En efecto, la ausencia de resultados prácticos en el terreno de la transmutación llevó al Renacimiento a replantearse -en mayor medida de lo que lo había hecho la Edad Media- la utilidad literal de recetas y procedimientos alquímicos. Así, mientras la espagiria paracélsica investigaba en ella su posible valor medicinal, la tendencia transmutatoria hace una relectura simbólica y alegórica basándose en sus evidentes o forzadas similitudes con las leyendas e imágenes de la mitología y la religión, revitalizando de esta manera una esperanza a la que no se estaba dispuesto a renunciar.

En este relato la materia es el «león antiguo, feroz y enorme», imagen del maligno, como la serpiente y el dragón, al que nuestro héroe mata y descuartiza recurriendo a sus conocimientos de "magia", evocando así, aunque sin mencionarla, a Medea, a la que sí tendrá en mente a la hora de buscar los medios para devolver la vida a los desgraciados enamorados.

El lugar al que llega a continuación, donde hombres y mujeres están fatalmente incomunicados, es una alegoría tomada de la visión de Arisleo referida al reino metálico, el único donde no existe generación.

La hierogamia final, con el dramático resultado de la unión y la subsiguiente resurrección gloriosa de los esposos reales, sigue de cerca la descripción de la Visión de Dastin(2), aunque despojada de sus fuertes connotaciones evangélicas que lo equiparan al misterio crístico de la cruz, y con variaciones significativas que parecen inspiradas por las ilustraciones del Rosario de los filósofos.

 

Nota de traducción.

El latín argentum vivum, como hudrárguros en griego, designan el mercurio-metaloide como si fuera un estado especial de la plata (lat. argentum, gr. árguros), es decir, movediza, líquida. Es bien conocido que los alquimistas rara vez mencionan los metales sino por su nombre planetario, con la excepción del argentum vivum, nombre que usan tanto o más que el de mercurius, tanto para referirse al metaloide como a las sustancias alquímicas (principio metálico, materia prima, disolvente, etc.), sin que sea posible distinguir de manera general un uso especializado de un término para designar la sustancia "vulgar" y otro para las "filosóficas". Si sólo se tratase de mantener en castellano la dualidad de nombres no habría problema, bastaría con traducir argentum vivum por "azogue" o "hidrargirio"; sin embargo es posible imaginar un posible juego, "cabalístico" o no, en el uso de los términos argentum, argentum vivum, mercurius y luna, juego que se perdería irremediablemente en castellano al romper la conexión "visual" entre el mercurio y la plata, y al abandonar el calificativo "vivo". A fin de conservar las posibles ambigüedades, equívocos o sentidos "ocultos", hemos recuperado en esta traducción dos términos del castellano antiguo: argento (plata) y argento vivo (mercurio)(3).

La traducción que presentamos es la del texto editado en el Musaeum Hermeticum reformatum et amplificatum (1677). Los títulos temáticos, escritos entre corchetes, son nuestros. 

Domingo Selat

 

 


 

 

TRATADO ÁUREO DE LA PIEDRA DE LOS FILÓSOFOS

PUBLICADO EN ALEMÁN POR UN FILÓSOFO AÚN VIVO PERO ANÓNIMO 

AHORA TRADUCIDO AL LATÍN 

[Y AL CASTELLANO]

 

PREFACIO DEL AUTOR AL LECTOR TECNÓFILO.

No te sorprendas, lector benevolente e investigador de los secretos auténticamente naturales, porque en la vejez de este mundo(4), cuando ya tiene un pie en la barca de Caronte, me haya decidido a escribir este tratadillo, estando casi todas las bibliotecas repletas de libros que tratan de esta materia. Sin embargo en su mayor parte son libros llenos de filosofía falsa y adulterada y de recetas de la misma índole. Valga lo que valga, este librito lo he escrito no por mí, sino en favor tuyo(5), para mostrarte el fundamento de la verdad y así apartarte de los desvíos y llevarte a la verdadera senda, lo que es para ti de no poco interés. Por lo que a mí atañe, hace tiempo ya que conozco todo lo que debía conocer de este tema; no tengo necesidad de abundancia de libros pues durante veintidós años he leído, estudiado y releído cuantos libros llegaron a mis manos, gran número manuscritos y muchísimos impresos.

En este tratado mío encontrarás explicada teóricamente la materia, su solución(6) y también la práctica, explicada alegóricamente con palabras claras y llanas, de modo tal que apenas lo encontrarás en ningún otro filósofo. Me he esforzado además en usar las palabras de los filósofos y con esta finalidad he anotado cuidadosamente los lugares dónde expresan esta o aquella opinión para que tú puedas buscar allí personalmente, reflexionar sobre mis afirmaciones y de ahí aguzar tu ingenio. De haber dejado de lado estas citas hubiera podido redactar este tratado con menos esfuerzo y darme a conocer a los hermanos de la cruz áurea(7), mas he tomado esta otra decisisión por tu conveniencia y comodidad.

No debe parecerte sorprendente que oculte mi nombre y rehuse mostrarme ante ti por ahora. En este asunto no busco para mí una gloria superflua o magnificarme ante el mundo; mi única preocupación es serte útil. Mis maestros, verdaderos filósofos sin discusión, tampoco me aconsejaron arriesgar la vida a causa de la autoridad vigilante o venderla a usurpadores avaros y con la prostitución de este arcano ofrecer un asidero para perpetrar numerosos atropellos. No dudo que el lector justo ha aprendido de Sendivogio esto: cada vez que quiso manifestarse a los grandes cayó en peligros y desastres(8). La experiencia atestigua que muchísimos filósofos, irreflexivamente despreocupados de sí, fueron muertos y desposeídos de su tintura por bandidos soberbios que en nada apreciaron sus vidas. La razón atestigua que cualquiera que muestra en sus manos algún gran tesoro, señala a los salteadores la ocasión de un botín. Es por esto que Sendivogio ocultó su nombre bajo un anagrama(9). Al poco tiempo, otro filósofo, hermano de la áurea cruz, cuyo nombre me era conocido de mucho antes, se manifestó a los suyos bajo anagrama y enigma. ¿Por qué, pues, me he de prostituir yo a este mundo inmundo? Satisfácete con esto, amigo, pues he querido mostrarme a los sabios y dar amplios indicios de mi nombre, dejando lo demás a Dios tres veces óptimo máximo, el cual, si sabe que esto ha de redundar en gloria de su nombre y en provecho tuyo y mío, hará rápidamente que te sea conocido. No investigues mi nombre más diligentemente. Aunque lo supieras o me conocieras personalmente te verías forzado a conformarte con este tratado. Con Bernardo, conde Tresnense y Neigense, he jurado a los filósofos y a la equidad que nunca revelaré a ningún hombre más de lo que aquí ha sido hecho(10).

No te inquietes tampoco por saber si tengo en mis manos este preciadísimo tesoro: pregunta más bien si he visto cómo fue creado el mundo, cómo se han conservado las tinieblas de Egipto, cuál es la causa del arco iris, qué aspecto tendrán los cuerpos clarificados tras la resurrección universal, qué color peremne. Pero a vosotros, que entendéis honradamente este librito mío, os pregunto si habéis visto aquel mar grande y salado, libre de toda corrosión, que es suficiente para elevar las tinturas de todas las cosas incluso a los más altos montes. Decidme dónde está el azufre del azufre y el mercurio del mercurio. O dónde se produce de mercurio azufre y de azufre a su vez mercurio. ¿Cuándo estuvo bajo vuestros ojos la idea del amor más ardiente, donde el macho y la hembra se abrazan tan estrechamente que en el futuro nunca podrán ser separados, sino que por su insondable amor se hacen una sola cosa? Si entendéis lo que digo y habéis operado esto mismo con vuestras manos y lo habéis visto con vuestros ojos, soy vuestro compañero y os comunico que yo conozco esto mismo y nada deseo más que disfrutar de vuestra familiaridad calladamente. Este es otro de los motivos que me han inducido a sacar a la luz este tratadillo.

Si alguien se queja de la dificultad de este arte, tenga por cierto que en sí y por sí no ofrece dificultad; es más, es muy fácil para aquellos que aman a Dios y que él considera dignos de esta ciencia. A quien me acuse de haber mostrado abiertamente su artificio, con excesiva claridad y evidencia, de manera que cualquiera puede llegar a su conocimiento, le responderé lo siguiente: ciertamente he descrito el arte con suficiente claridad para los dignos y predestinados por Dios, pero los indignos no obtendrán ni el más mínimo provecho. A algunos vanidosos y sabios demasiado profundos más de una vez he declarado todo este arte palabra por palabra; se rieron con profunda gravedad y no quisieron prestar fe a que en nuestra obra es doble la resurrección de los muertos. Por ello nuestro arte, tanto en teoría como en práctica, es un don de Dios, que lo ofrece a quien y cuando quiere, y no es del que lo quiere o del que lo persigue, sino del único Dios misericordioso. Hace diecisiete o dieciocho años que lo sé suficientemente con todas sus circunstancias y trucos, sin embargo he debido aguardar este tiempo hasta que Dios se ha dignado ofrecérmelo. Y nadie dudará de su veracidad o certitud; es tan verdadero y tan indudablemente ordenado por Dios en la naturaleza, como que verdaderamente el sol luce durante el día y la luna emite durante la noche su resplandor. Concluyo así este prefacio; ahora me ceñiré a desarrollar el tratado mismo.

Pero vosotros, queridísimos hermanos de la cruz áurea, que aquí y allá ocultos, a escondidas, usáis y disfrutáis este preciosísimo don de Dios en su temor, no os ocultéis de mí, si me conocéis un poco; sabed que por medio de la cruz los fieles serán probados y su fe se da a conocer, pero la seguridad y los deseos la ofuscan. Dios esté con nosotros. Amén. 

 





TRATADO ÁUREO DE LA PIEDRA DE LOS FILÓSOFOS


Apreciadísimo lector e investigador muy amigo de la verdadera sabiduría, tanto los antiguos filósofos como los modernos, tras haber alcanzado con la ayuda de Dios la meta de su deseo tuvieron por costumbre manifestarse mediante escritos a sus compañeros en todo el mundo, por aquí y allí ocultos. Buscaban no sólo darles a conocer que Dios tres veces óptimo máximo había iluminado su inteligencia, había bendecido las labores de sus manos y les había señalado el secretísimo y máximo arcano de esta terrena sabiduría, por cuyo beneficio se le deben a Él merecidas alabanzas, honor y gloria; sino también para ofrecer al prójimo y al tecnófilo discípulo, con permiso de Dios, un asidero para alcanzar este sacrosanto arte y su conocimiento.

[Concordancia entre los filósofos]

Hombres de esta clase han existido en todas las naciones: egipcios, entre los que sobresale únicamente Hermes Trismegisto, caldeos, griegos, árabes, italianos, franceses, holandeses, españoles, alemanes, polacos, húngaros, hebreos y otros varios. Es admirable sin embargo que habiendo hablado los sabios en diversas lenguas y escrito en diversas épocas, coincidan en sus libros con tanta armonía(11) que a cualquier verdadero filósofo le es fácil reconocer que Dios alegró sus pensamientos con esta piedra bendita y que dieron fin a esta obra con sus manos. Pero igual que la verdad brilla en el consenso, en el desacuerdo se delatan filosofastros y sofistas. En efecto, como que éstos ignoran el fundamento de este ínclito arte, fingen cualquier cosa en su cerebro y muestran sus errores a todos .

La citada armonía consiste en primer lugar en el conocimiento de la materia y en su solución, en el peso, en el régimen del fuego y en la aumentación. 

 

 

[1. LA MATERIA]

[Materia única y doble; multiplicidad de nombres].

La materia es única y tiene en sí todo lo que necesita; de ella el artífice prepara lo que quiere, APOYADO EN LA ARENA, como dice el filósofo Anástrato en la Turba: Nada es mas preciado que la arena roja del mar, y es el esputo de luna que se une a la luz del sol y se congela. En esta misma obra Agadmón atestigua que se requiere sólo esta materia, diciendo: Sabed que a menos que cojáis este cuerpo mío, carente de espíritu, en absoluto conseguiréis lo que queréis, ya que no penetra cualquier obra ajena ni nada, excepto lo íntegro. Por ello, abandonad la pluralidad. En efecto, la naturaleza se contenta con una sola cosa y quien la ignora perecerá. De igual modo, Arnaldo de Vilanova(12) en su Flor de flores escribe: Nuestra piedra se hace de una cosa y con una cosa. Igualmente habla al rey napolitano: Todo lo que hay en nuestra piedra le es necesario y no necesita lo ajeno: ciertamente nuestra piedra es de una naturaleza y una cosa. Y Rosino(13) dice: Aprende que lo que deseas es una única cosa de la que todo es producido. Y el Lirio: No tienes necesidad sino de una cosa que en cualquier grado de nuestra obra se cambia en otra naturaleza. También Géber en su Suma dice: Nuesta piedra es única, una sola medicina a la que nada añadimos ni nada eliminamos, sólamente separamos lo superfluo. Y Escites en la Turba: El fundamento de este arte es un algo que es más fuerte y sublime que todas las cosas, y es llamado vinagre muy agrio, que convierte al el oro en un puro espíritu, sin el cual ni la blancura ni la negrura ni la rojez permanecen. Y cuando se mezcla al cuerpo, es retenido y se hace uno con él y lo convierte en espíritu y lo tiñe con tintura espiritual e invariable, y a la recíproca, de lo teñido recibe un tintura corporal que no puede ser borrada. Y si pusieseis el cuerpo sin vinagre sobre el fuego, será consumido y corrompido.

Pero de estas palabras de Escites alguien podría inferir como conclusión que no es una, sino dos, las cosas que son requeridas, el cuerpo y el vinagre (como él mismo lo llama) y que necesariamente lo húmedo debe ser unido con lo seco, para que lo seco no sea consumido por el fuego, sino que se preservado de la combustión por lo húmedo. Suscribo esta conclusión rectamente deducida, conservando las anteriores sentencias en su valor y verdad. En efecto, es más cierto que lo cierto que la materia de nuestra piedra bendita es única y llamada por los sabios con varios nombres, preparada para el artífice por la naturaleza, quien ha querido que exclusivamente ella sola y ninguna otra en todo el mundo fuese la materia de nuestra piedra.

Esta materia está a la vista de cualquiera, todo el mundo la percibe, la toca, la ama, y sin embargo no la conoce. Es noble y vil, costosa y de poco valor, y se encuentra por todas partes. Teofrasto Paracelso(14) en su libro Sobre la tintura de los físicos la llama león rojo, mencionado por muchos, conocido por pocos. Hermes(15) en el capítulo primero de su tratado la llama argento vivo coagulado en las alcobas más ínteriores. En diversos pasajes de la Turba se la llama bronce. En el Rosario de los filósofos(16) se la señala con el nombre de sal. Pero, para ser breve, nuestra materia tiene tantos nombres como cosas hay en el mundo; es por ello que no es conocida por los ignorantes. Llamo ignorantes a los que acceden al arte sin previo conocimiento de la naturaleza y de su propiedad, como el asno al pesebre, sin saber a qué arrima su hocico, como dice Arnaldo(17). Por ello en la Suma de la perfección dice Géber hermosamente: Quien ignora en sí mismo los principios naturales está muy alejado de este arte. Y el Rosario dice: Aconsejo que nadie se entrometa en alcanzar este arte a no ser que conozca el principio de la verdadera naturaleza y su régimen. Una vez conocidos, no tiene necesidad de varias cosas, excepto una. Y no requiere grandes gastos, puesto que la piedra es una, una la medicina, uno el vaso, uno el régimen y una la disposición(18).

Sin embargo esta única materia con ayuda de la naturaleza y la experiencia del artista se separa de tal manera que, como dice Teofrasto, se transmuta en un águila blanca y ni el resplandor del sol con sus rayos ilumina un espacio más extenso; o, como dice Basilio Valentín(19), se hace un espíritu cándido semejante a la nieve y así mismo otro espíritu rojo semejante a la sangre, y estos dos espíritus contienen en sí un tercero oculto.

El rey Aros(20) dice no sin razón: Nuestra medicina se hace de dos cosas de una misma esencia, a saber, de la unión mercurial de la naturaleza fija y no fija, espiritual y corporal, frígida y húmeda, cálida y seca, y no puede hacerse de ninguna otra manera. Y Ricardo Ánglico(21): La piedra es una, una la medicina que según los filósofos se llama Rebis, es decir, compuesto de una doble cosa, a saber, de cuerpo y espíritu blanco o rojo, en lo que erraron muchos fatuos que lo explican diferentemente el verso: «El Rebis es en las palabras una forma muy adecuada a las figuras». Es decir, dos cosas y estas dos cosas son una cosa, es decir, agua unida al cuerpo, en la que el cuerpo se disuelve en espíritu, es decir, en agua mineral, que es llamada elixir, es decir, fermento, ya que entonces el agua y el espíritu es una cosa de la que se hace la tintura y medicina de todos los cuerpos purgables. Por consiguiente, de una cosa, que es el agua del cuerpo y el espíritu, se hace la medicina. Y así, según los filósofos, tenemos sobre la tierra la naturaleza del azufre y del mercurio de los cuales se produce bajo tierra el oro y el argento.

Bernardo conde de Tresna y Marchia dice: Nuestra obra se hace de una raíz y de dos sustancias mercuriales crudas, tomadas y sacadas de la mina, puras y netas, unidas por el fuego de la amistad, según exige la propia materia, cocidas asiduamente hasta que de dos se haga uno, etc. Basilio Valentino, en el capítulo 4 del libro De lo natural y sobrenatural, dice: Con toda verdad te revelaré por el amor de Dios además esto: la raíz del azufre filosófico, que es un espíritu celeste, junto a la raíz del mercurio espiritual e hiperfísico y el principio de la sal espiritual, se encuentra en un ser y materia única; de ella, y no de muchas, se confecciona la piedra que estuvo ante mí, aunque sea mencionado separadamente por todos los filósofos el mercurio por sí mismo, el azufre por sí mismo y la sal por sí misma, como si el mercurio se encontrase en una cosa, el azufre en otra y la sal en una tercera. Pero yo te digo que estas cosas, por su propia abundancia muestran de manera evidente en dónde se encuentran abundantemente y pueden ser tratadas y preparadas con facilidad, tanto para sanar los cuerpos humanos como para transmutar los metales. Pero lo universal, sin duda el más alto tesoro de la sabiduría terrena y los tres principios de todo, es una única cosa y se encuentran y extraen a la vez en una cosa que es capaz de convertir todos los metales en uno. Y son el verdadero espíritu del mercurio, el alma del azufre, unidos juntos con la sal espiritual y encerrados bajo un solo cielo y habitando en un solo cuerpo; son el dragón y el águila, el rey y el león, el espíritu y el cuerpo, que tiñe el cuerpo del oro en verdadera medicina, etc.

Nuestra materia preparada de este modo se llama macho y hembra, agente y paciente, como dice Zimón en la Turba: Sabed que el secreto de la obra consiste en el macho y la hembra, esto es, en el agente y el paciente. El macho está en el plomo y la hembra en el oropimente. El macho se alegra al recibir la hembra y es ayudado por ella y la hembra recibe la simiente tingente del macho y es coloreada por él. Y Diomedes dice: Unid el macho hijo del esclavo rojo a la olorosa esposa; unidos producen el arte. No añadáis a estos nada ajeno, ni polvo ni otra cosa; la concepción es suficiente, de ella nacerá el verdadero hijo. ¡Oh, qué preciadísima es la naturaleza de aquel esclavo rojo, sin la cual no puede existir el régimen!

Otros la llaman argento vivo o mercurio y azufre o fuego, como dice Roger Bacon(22) en el Espejo, cap. 3: Todos los metales nacen del azufre y mercurio y nada se les adhiere, ni se une a ellos, ni los transmuta, excepto lo que procede de ellos. Así, es obligatorio que tomemos el azufre y el mercurio por materia de nuestra piedra. Y Menabdo: Quien une el argento vivo al cuerpo de la magnesia y la hembra al varón, extrae la naturaleza oculta por medio de la cual se coloran los cuerpos. Lulio(23) dice en su Codicilo: La propiedad de nuestro mercurio es que se coagule por su azufre. Y en la práctica de su Testamento dice: El argento vivo es una humedad que sobrenada y fluye, preservadora de la combustión.

Otros la llaman cuerpo, espíritu y alma. Así dice Arnaldo en la Flor de flores: Los filósofos han dicho que nuestra piedra se compone de cuerpo, alma y espíritu. Pues el cuerpo imperfecto lo han comparado al cuerpo porque está incompleto. Han llamado agua al espíritu, y con verdad, pues es espíritu. Han llamado alma al fermento porque suministra al cuerpo imperfecto la vida que antes no tenía y le induce una forma mejor. Y poco antes dice: El espíritu no se une al cuerpo sino mediante el alma. El alma es, pues, el medio entre cuerpo y espíritu, uniendo ambos a la vez. Y Morieno(24): El alma penetra rápidamente su cuerpo; si intentas unirla a otro cuerpo te esforzarás en vano. Y el Lirio: Alma, cuerpo y espíritu son a la vez una sola cosa que lo tiene todo en sí y a la que nada se le añade.

Más adelante expondremos y explicaremos qué finalidad tienen todos estos nombre con los que se designa nuestra materia. Pasemos ahora a asuntos más frecuentes y cercanos a nuestra intención y tras la investigación de nuestra materia veamos algo sobre dónde se esconde, de dónde debe ser tomada, y, como asunto principal, sobre su solución; aguzemos nuestro ingenio para tratar de ello.

[Los tres reinos de la naturaleza]

Por lo que respecta a la consideración de nuestra materia, cuál es y dónde debe buscarse, hay que anotar con una piedra blanca, según el dicho, que el Creador todopoderoso, cuya sabiduría es tan infinita como él mismo, en el principio de las cosas, cuando nada existía excepto él, creó dos grupos de seres, los celestes y los que están bajo los cielos. Los celestes son los mismos cielos y sus habitantes, de quienes nos abstendremos de filosofar en este lugar con más amplitud y más profundamente. Las cosas que están bajo el cielo, creadas de los cuatro elementos, son tres en número y suelen repartirse corrientemente en tres géneros. De ellas tienen el primer lugar las que viven y sienten y que son llamados animales. El segundo género lo tienen todos los que nacen de la tierra y no sienten, y son llamados vegetales. Finalmente se clasifican en el tercer género todo lo que aparece bajo tierra y son llamados minerales.

[Cada cosa se propaga en su género por semilla]

Estos tres géneros de las cosas creadas son abarcadas todas por el globo de la luna(25) y nacen de los elementos; no se encuentran ni más ni menos que estos géneros y todo ha sido confirmado por Dios en su género de tal modo que les es imposible saltar de género en género. Como si alguien de un buey intentase fabricar un hombre o un árbol, o de una hierba cualquier simio, o plomo, o bien intentara del plomo hacer cualquier animal o hierba. Diré que esto es imposible según la ordenación del Sumo Rey. En efecto, si en la naturaleza de las cosas fuese permisible esto, cualquiera de estos géneros, incluso todos, podrían convertirse en uno único. Pero dado que con ello se destruiría todo, el Señor de los dominantes no quiso conceder este tipo de transmutación; al contrario, no sólo quiso que cada cosa se conservase en su género, sino que dotó de su propia semilla a cada cosa, con ella se multiplica en su especie y persiste en su género, de manera que la especie de uno no puede ser cambiado en la de otro. De manera que si alguien quisiera cambiar la especie del hombre en la del caballo, la de la manzana en la de la lechuga, la del diamante o de otra piedra en oro, erraría en todo el cielo, pues en lo sublunar esto no está permitido por naturaleza. Y como fue en el principio así será en el final, cuando el Todopoderoso, que en un principio dijo HÁGASE, diga PEREZCA.

[Es posible mejorar las especies]

Pero mientras tanto puede hacerse y alcanzarse la mejora y exaltación, según la pureza y perfección de la materia, de aquellas cosas que tienen en común la materia, la semilla y la composición de los elementos. Vemos así que el hombre dotado de sutil y perspicaz inteligencia es llevado a un grado de dignidad más alto que otros que no son de igual inteligencia, porque su ascenso proviene de la pureza y sutilidad de los espíritus que nacen en un cuerpo rectificado y bien constituido. Vemos así mismo que hay caballos aventajan ampliamente a otros en nobleza y esto es evidente en todas las especies de animales. Y de la misma manera que lo vemos en los animales, es posible advertirlo mucho más en las hierbas y los árboles. En los árboles por trasplantes, injertos y otros medios conocidos a los jardineros; en las hierbas, la experiencia cotidiana muestra cómo las hierbas y las flores de una especie difiere de las de otra por su nobleza, belleza y olor. Sírvannos de ejemplo los caryophilli (a los que llaman flores de túnica) y los tulipanes, por callar otros. Buen Dios, ¿cuántas no hay de éstas? Innumerables, diría yo, las cuales además con diligente preocupación se producen cada día más nobles y más raras, de tal manera que es común la opinión de que no han existido con anterioridad flores tan fragantes y elegantes.

[De los metales]

Pero de los metales, que tienen una sola materia común, el argento vivo digerido y coagulado por la fuerza del azufre, ¿qué diré?

Sobre esta materia común Ricardo Ánglico habla así: La naturaleza de todas las cosas licuables ha producido con naturalidad los géneros a partir del mercurio y de la sustancia de su azufre, lo que es propio del argento vivo, el cual se coagula de un vapor, como del calor del azufre blanco o rojo no combustible. Y Arnaldo, part. 1, cap. 2: El argento vivo es el elemento de todas las cosas licuables, pues todas las cosas licuables, cuando se licúan se convierten en él; también se mezcla con ellas, pues es de la sustancia de ellas, aunque estos cuerpos difieran en su composición del argento vivo en la medida en que él mismo fue puro o impuro debido a un azufre inmundo extraño a él. Y Rosino A Saratanta: La materia de todos los metales es un argento vivo imperfecto digerido en el vientre de la tierra por la cocción del calor sulfúreo, y según la variedad sulfúrea se generan en la tierra diversos metales, aunque la materia primordial de ellos es una y la misma, una sola la acción mayor o menor, con la proporción adecuada o no.

Vemos cada día cómo la propia naturaleza se muestra solícita de su mortificación y perfección, hasta que se perfeccionan en oro, que es la intención final de la naturaleza. Pues todos los metales muestran que la naturaleza produjo en ellos algo tendente a su posterior perfección, dado que no se encuentra ni un solo metal tan desprovisto de la perfección que no contenga una partícula de oro o argento. En efecto, con los metales está dispuesto de tal manera que la naturaleza procura producir cada día oro del argento vivo que contiene en sí su propio azufre, y sería capaz si no interviniese algún impedimento extraño, sin duda un azufre hediondo, cáustico; vemos así que en muchísimos lugares se extrae un oro puro, refinado, obrizo y sin mezcla de otros metales.

Cuando en las minas un exceso de azufre externo se mezcla al argento vivo, lo infecta y le impide la perfección, según la variedad de ese azufre se generan también varias especies de metales, como dice Aristóteles en el 4º de los Meteoros(26): Si el argento vivo fuese de buena sustancia y el azufre no puro cáustico, convierte al argento vivo en cobre. Pero si el argento vivo fuese pétreo, inmundo, térreo y el azufre no limpio, se producirá de él el hierro; el estaño sin embargo parece tener un buen argento vivo y puro, pero el azufre es malo y no bien mezclado. El plomo tiene un argento vivo grosero, malo, de mal sabor y fétido, por lo que no se coagula bien.

El azufre obstaculizante, cáustico y fétido no es el verdadero fuego que digiere los metales, pero el argento vivo contiene en sí un azufre propio que basta para su digestión, como dice Bernardo, conde Tresnense: Algunos creen equivocadamente que en la procreación de los metales interviene alguna materia sulfúrea; pero, al contrario, es manifiestamente evidente que el azufre está en el mercurio, cuando la naturaleza opera. Pero no domina en él sino por un movimiento cálido con el que se altera dicho azufre y a la vez las dos cualidades del mercurio. De esta manera por medio de este azufre la naturaleza genera en las venas de la tierra diferentes formas de metales, según la diversidad de los grados de alteración.

En efecto, según Arnaldo, parte primera, capítulo 2, en los metales hay una doble superfluidad: una encerrada en la profundidad del argento vivo, que le sobreviene en el momento de su mixtión; otra exterior a la naturaleza de su naturaleza y corruptible. De ellas, esta se elimina con trabajo, pero la otra no puede eliminarse con ningún ingenio del artífice. Por ello la sulfureidad adustible se elimina en la calcinación del fuego o es borrada de los cuerpos, ya que tiene un argento vivo que lo preserva de la combustión porque es de su naturaleza; al otro lo rechaza, exponiéndolo al fuego, porque lo infecta.

Pero aquel azufre interno que digiere su argento vivo y lo madura hasta la perfección es igualmente puro o impuro, combustible o incombustible. El azufre impuro impide la digestión del argento vivo, el cual por ello no puede en absoluto pasar a oro hasta que finalmente aquel haya sido separado de todas sus partes, pero que permanezca con él aquel otro puro, incombustible y fijo. Pero este azufre interno no es otra cosa que el mercurio maduro o la parte del argento vivo más madura y digesta(27); como dice Ricardo Ánglico en el cap. noveno: Cuanto más simple es el azufre tanto más se complace y se adhiere al mercurio simple y limpio, de manera que se une uno con el otro más fuertemente y así entonces se generan de ellos metales más perfectos. Según la sentencia de Avicena, tal azufre no se encuentra sobre la tierra, excepto cuanto existe en estos cuerpos, el sol y la luna. Pero en el sol es más perfecto porque está mas digesto y cocido. Ciertamente, según Ricardo, capítulo doce, el azufre rojo de los filósofos existe en el sol por una mayor digestión, y el azufre blanco en la luna por una menor digestión.

Es así, por tanto, que la materia de los metales es una, única y común, que por la fuerza innata de su azufre, en seguida o bien con el paso del tiempo, después de separar por la digestión el azufre externo y malo de los demás metales, acaba en oro, que es el fin de los metales y la verdadera intención de la naturaleza(28). Es preciso sin duda confesar y decir que la naturaleza en este género, igual que en el reino vegetal y animal, busca y exige la corrección y perfección de su naturaleza, según la pureza y sutilidad del sujeto.

[Materias animales]

Amigo investigador de la naturaleza, he querido tratar estas cosas con algo de prolijidad para darte la posibilidad de conocer más fácilmente la materia de nuestra piedra y su conversión para el uso. En efecto, no se puede producir esta piedra nuestra de una materia animal, pues lo impide el que ambos tienen su fundamento en géneros diferentes. Dado que la piedra es sin duda mineral, ¿por qué buscar una materia animal? Pues de ninguna cosa, dice nuestro autor, Ricardo, en el capítulo primero, puede extraerse lo que no está en ella. Por ello toda especie en su especie, todo género en su género y toda naturaleza en su naturaleza, busca el aumento de su virtud y produce fruto según su naturaleza y no en otra naturaleza contraria a sí, puesto que todo lo procreado se corresponde a su semilla. Basilio Valentino dice:Considera y entiende, amigo mío, que el alma animal no debe ser elegida para esta intención tuya. Pues la carne y sangre de la misma manera que le han sido concedidos a los animales por el Creador, así también son propios de los animales, de donde han sido formados y nacido los animales.

Por consiguiente no puedo dejar de admirar a aquellos que quieren parecer grandes artífices y sin embargo buscan la materia de la piedra en los menstruos de las mujeres, esperma, huevos, cabellos, orinas(29) y otras sustancias de esta jaez, y no temen llenar tantos libros con sus vanas e inútiles recetas para engañar a los menos prudentes con estas cosas estúpidas, sutiles e inútiles. Roger, en el capítulo tercero de su Espejo no deja de admirar la gran vanidad de esta clase de hombres, cuando comienza: Por lo cual es sorprendente que alguien prudente funde su intención sobre los animales o vegetales, que son totalmente remotos, encontrándose los minerales totalmente cercanos. No hay que creer en absoluto que algún filósofo haya puesto el arte en las predichas sustancias remotas, sino por similitud(30). Dice Basilio: Nuestra piedra, no nace de lo adustible. Esta piedra y su materia están bastante protegidos lejos de toda violencia. Deja por tanto de buscarlo en los animales, pues no se le ha concedido a la naturaleza encontrarla allí.

[Materias vegetales]

Pero si alguien está persuadido de encontrar nuestra piedra en los vegetales, como árboles, hierbas, flores, por la supradichas razones no errará menos que aquel que pretende convencerse de que puede confeccionarse una roca de un animal. En efecto, todas las hierbas y árboles, con todas las cosas producidos de ellos, arden y no dejan tras de sí más que la misma sal con su tierra, sal que recibió de la naturaleza en la primera composición de su especie. Y nadie se deje convencer por los que afirman que la piedra filosófica puede ser producida del trigo. Tampoco hay que escuchar a los que están persuadidos de que nuestra piedra se confecciona del vino y de sus partes. Puesto que no siguen la intención de Raimundo Lulio declarada en sus escritos, demuestran que por saber en exceso no saben nada y se engañan a sí y a los otros. No negaré que de ellas pueden prepararse y elaborarse menstruos excelentísimos sin los cuales nada de sólido puede hacerse en medicina o en química; niego totalmente que de ellas pueda prepararse la piedra de los filósofos o extraer de ellas su semilla, puesto que, por orden del Creador de todas las cosas, es ley que cada cosa persista en su género, según se ha dicho.

[Materias minerales]

Por ello cualquiera entregado a la verdadera filosofía puede comprender que nuestra piedra no puede ser extraída ni de los vegetales ni de los animales, dado que son combustibles; la razón ordena concluir que sólo debe investigarse y prepararse aquella en las cosas incombustibles, en el reino mineral.

Por consiguiente, puesto que la piedra de los sabios es algo mineral, y muchísimas son las especies de los minerales, como las piedras, además de la arcilla y varias tierras, las sales, los medio minerales y los metales(31) no fuera de propósito surge la pregunta: ¿de cuál de aquellos debe prepararse? Respondo que hacerla de las piedras es imposible; la razón es que en ellas no está el mercurio fusible y licuable ni pueden ser fundidas, disueltas o reducidas a su primera materia por la abundancia de un azufre externo y adherente a las propiedades terrestres.

El prudente investigador de los secretos naturales se abstendrá también de buscar la materia de la piedra bendita en las sales y alumbres y sustancias de esta clase. En estas, en efecto, encontrará un espíritu agudo, corrosivo y corrompedor, pero el mercurio y el azufre según la opinión de los filósofos nunca se obtendrá allí. Además esos medios minerales como son la magnesia, marcasita, antimonio, etc, mucho menos pueden producir algún metal. ¿En qué forma, pues, podría extraerse de ellos la materia de la piedra, que es el fin y perfección de todos los metales y minerales? Añado que con los metales nada tienen de común y familiar, pues los queman, corroen y corrompen. ¿Cómo podrán servir a su mejora? Escucha como habla Ricardo Ánglico sobre este asunto en el capítulo décimo: Los minerales menores no pueden convertirse en metales, primero porque no han sido generados de la primera materia de los metales, que es el argento vivo. Pero ya que que su generación difiere primeramente en forma, materia y composición con la generación del mercurio, también por ello no pueden hacerse metales, porque la materia prima y la simiente de la que se genera una sola especie es única. La primera parte del antecedente es evidente, ya que los minerales menores no son generados del mercurio, como es evidente en Aristóteles y Avicena. Por ello, si tuviesen que hacerse metales es preciso que pasen a la materia primera de los metales. Pero dado que esto no puede hacerse artificialmente, no serán metales y en consecuencia no pueden ser la materia de la piedra. Así queda suficientemente clara la segunda parte del antecedente. En segundo lugar, puesto que los minerales menores no pueden hacerse artificialmente principio del arte, que es el mercurio, por tanto tampoco pertenecen al medio y al fin, que son los metales y la tintura. Pero puesto que los minerales menores son de una naturaleza extraña a los metales, aunque participen en alguna fuerza mineral, son sin embargo de una virtud más debil y combustibles. Por ello la naturaleza metálica no se regocija con ellos, sino que los rechaza, pero conserva lo que es de su naturaleza. Por ello son unos fatuos los que para engañar a las gentes realizan tantas y tan diversas tareas y sofistificaciones, es decir, cosas carentes de proporción que ni ofrecen naturaleza ni la reciben. Hasta aquí aquel.

[La sal]

Pero que ninguno de los estudiosos de nuestra filosofía se deje engañar por las palabras de los que filosofan, anteriormente citadas o similares, que de vez en cuando hablan de la sal. Como cuando en las alegorías místicas de nuestros sabios se dice: Quien opera sin sal no resucitará nuestros cuerpos. Y lo que leemos en el libro de los Soliloquios: El que trabaja sin sal tensa un arco sin cuerda.

Hay que saber que estos sabios exigen una sal diferente con mucho a los minerales vulgares. Así aparece claro en el Rosario de los Filósofos, cuando se dice: La sal de los metales es la piedra de los filósofos; en efecto, nuestra piedra es un agua congelada en oro y argento, y rehuye el fuego y se resuelve en su agua, de la que se compone en su género. Pero que el agua de los filósofos no es el agua mineral lo enseña Géber en los libros Sobre los hornos, cap. 19, diciendo: Esfuérzate en disolver el sol y la luna en su agua seca, a la que la gente llama mercurio.

Los filósofos tambien señalaron la tierra con el nombre de sal, como se ve en el Sonido de la trompeta, cuando dice: Lo que queda como resto en el fondo de la cucúrbita es nuestra sal, es decir, nuestra tierra. Y las Alegorías de los sabios prorumpen en estas palabras: Observa que estos cuerpos son alumbres y sales que manan de nuestros cuerpos.

De vez en cuando llaman sal a la misma medicina, como se dice en la Escala: Se necesita la segunda agua para que exalte la tierra en su sal mineral, sólamente en su facultad atrayente. Y Arnaldo en el lib. 3 Sobre la conservación de la juventud, dice: Pero aquello que no tiene igual [para conservar la juventud] es la sal de mina. Los sabios asimilaron este preparado al calor natural de la adolescencia sana. Los sabios usaron esta similitud y llamaron a la propia piedra con el nombre de animal, otros chisir mineral, y por algunos es llamado medicina peremne, agua de vida. Todo el ingenio de la preparación es que sea reducido en un agua purísima y potable que tiene con ella una misma propiedad.

[Los medio minerales]

De lo anterior aparece claro que la piedra no puede hacerse de los minerales menores, ni según la doctrina de los filósofos, ni por su propia naturaleza. Ahora requiere el orden que examinemos un poco si puede ser extraída de los medios minerales, o sea, de la marcasita, antimonio, magnesia, y otros, sobre todo porque los filósofos hacen frecuente mención de ellos.

Por ejemplo, Senior cuando dice: Si en el oropimente no estuviese la fuerza de coagular el mercurio, nuestro magisterio nunca sería llevado a su fin. Y Tomás de Aquino: Recibe nuestro antimonio o tierra negra oculata, etc. Y Parménides en la Turba: Tomad el argento vivo y coaguladlo en el cuerpo de la magnesia o en el azufre combustible. Sin embargo hay que notar que los filósofos no exponen estos discursos porque quieran mostrar que aquella gran piedra pueda hacerse de estas cosas, sino que hablan así de forma parabólica y figurada. Sin duda el oropimente y la magnesia de los filósofos es otra cosa muy diferente a la vulgar; es la misma materia que en otros lugares suelen llamar agente, león, rey, azufre y con otros muchos nombres. Y ciertamente le llaman oropimente porque tiene la facultad de suministrar al oro un color y tintura exuberante y superficial; magnesia se le llama por razón de su virtud interna y prestancia, la cual deriva y mana de ella. El que Tomás de Aquino quisiera llamarle antimonio es por el esplendor de su negrura, a la que se llega al alcanzar la solución. Pues la piedra llevada a la negrura la asimilaron a todas las cosas negras.

Pero alguien por inferencia podría objetarme que algunos de estos medios minerales no sólo son en su naturaleza de la naturaleza del mercurio y el azufre, sino que incluso pueden reducirse a metales. Vemos así que la magnesia va en el flujo con el plomo y el estaño El antimonio no sólo se mezcla con los metales, sino que se hace de él plomo no diferente del natural, y muchos, tanto de condición noble como plebeya, han visto más de una vez hacerse oro de él. Puesto que han sido generados del mercurio y el azufre (en los que pueden reducirse por beneficio del arte) y por tanto tienen con los metales un mismo origen, podría deducirse también que son la materia de nuestra piedra.

A esto respondo en primer lugar que entre estos minerales debe hacerse una cierta diferencia, entre los que tienen en sí mercurio y los que carecen de él. Los primeros, dado que están plenos de mercurio, deben tenerse con razón en mayor estima, pues su mercurio puede transformarse en oro y argento por nuestra medicina; en este número,y según mi opinión no sin razón, deben ser tenidos por semimetales, pues están dispuestos a la naturaleza metálica; pero los restantes en los que no hay ningún mercurio no deben ser consideradas para este magisterio.

Pero, puesto que no les está permitido alcanzar un final de este tipo debido al azufre malo y cáustico que hay en ellos, tampoco no pueden ser reconocidos por la materia de nuestra piedra, la cual debe ser un mercurio puro y perfecto y un azufre puro, sutil e incombustible. Que son totalmente impuros y enteramente infectos por su azufre se evidencia fácilmente a nuestros ojos en su examen, cuando se prueba lo que pueden. Vemos en efecto que el zinc, por su apariencia externa, a causa de su esplendor y peso, será considerado un mercurio sin mezcla; pero en cuanto lo roza el fuego huye en seguida como un humo sulfúreo. Las marcasitas sin embargo no pueden ser fundidas por la fuerza del fuego, debido a su inmundicia terrena y grosera.

[El antimonio]

Sin embargo el antimonio, que mediante una docta operación puede ser purgado en cierta manera de su excesiva suciedad y convertido en un blanquísimo y hermosísimo régulo, nos persuadirá fácilmente que de él puede ser extraído algo egregio, de manera que muchísisimos que se tienen a sí mismos en gran estima creen que puede preparse de él la piedra filosófica. Sin embargo, sea como sea, de cualquier manera e ingenio que sea purgado de su negrura, conserva la malicia y dura cualidad del azufre, lo que es evidente por el hecho de que no puede ser extendido bajo el martillo o hacerse maleable, cualidad entre otras por la que se juzga a los metales. Callo que tiene un mercurio grosero e inmundo y que asímismo huye siempre reteniendo su azufre. Vosotros pues, que queréis se grandes filósofos, y con vosotros vuestros libros y copiosos escritos, seducís a muchos con la afirmando que esto mismo es el fundamento de vuestro universal, quiero rogaros una y otra vez que deis por bueno y justo el que no pueda suscribir esta opinión vuestra, pues tontamente se busca en una cosa lo que en ella no está, dice Arnaldo. Y en los Comentarios a la Turba se dice: La piedra de los filósofos es una materia pura. Y Lulio en el Último testamento dice: Nuestra piedra no es sino un puro fuego. Y en el Vademecum dice: Sólo es un espíritu sutil que tiñe y limpia los cuerpos de sus leprosidades. Pero este mineral, como todos los demás en conjunto, es tan grosero e impuro que de ninguna manera, excepto con nuestra tintura, le puede ser separada aquella impureza. Por consiguiente no puede extraerse de él la materia de nuestra piedra, pues de ninguna cosa puede sacarse lo que en ella no está, según Ricardo, cap. 1(32).

[El vitriolo]

Pero del vitriolo, ¿qué diremos? También lleva a muchos al error por su admirables cualidades, sobre todo porque de él alguna parte se transforma en cobre y convierte en cobre al mismo hierro(33). Debe saberse de él que no es otra cosa que el principio y materia del cobre, cuando en las minas y venas de la tierra el vapor mineral y el mercurio vaporoso, por decirlo así, ha encontrado un lugar en el que se ocultaba abundantemente un azufre de tipo amargo, ácido, póntico y venéreo, al cual recibió en seguida y se coaguló en él para hacerse metal. Pero dado que la naturaleza cumplió con su deber separando lo puro de lo impuro y segregando lo combustible de lo incombustible, la abundancia del dicho azufre superó con mucho la cantidad de mercurio, el mercurio separado necesariamente en tal separación fue obligado a transformarse en aquel verdor venéreo. La causa de esa corrupción es el azufre vulgar: cuando se une al cobre y se le somete al fuego (en efecto, el arte acaba en breve espacio de tiempo con un fuerte fuego lo que no podía la naturaleza en un largo intervalo de tiempo con un calor suave), quema en breve profundamente al cobre y por una operación vulgar le reduce a la naturaleza del vitriolo, y según la abundancia del azufre, el vitriolo es rico o pobre de color, de donde resulta que un vitriolo contiene más cobre, otros menos. Y dado que en el hierro también se contiene un azufre grosero, el vitriolo lo corroe con su acrimonia y busca su mercurio, no muy ajeno al suyo, y con él, en la conjunción de su azufre que vence al mercurio, es vuelto un cobre puro y neto.

También debe anotarse con una china blanca, según el dicho, que aquel espíritu ácido del vitriolo tenga su origen en el azufre, como también que un espíritu de esta clase y no ajeno a aquel se extraiga del azufre, puesto que el olor sulfúreo se percibe también en el espíritu de vitriolo; añado que el espíritu del azufre, igual que el espíritu del vitriolo, se convierte en vitriolo. Por consiguiente, dado que un azufre tal, corruptor y superfluo, se oculta en el vitriolo y hay tan poca cantidad y es tan grande la escasez de mercurio aun no limpio, prescindiremos sin más de él, pues no podremos extraer de él más que de los demás. En esto seguiremos el parecer de Alfidio(34), quien dice: Hijo mío, evita y rehuye los cuerpos muertos y las piedras, pues en ellos no hay ninguna vía para caminar: su vida no conserva sino que corrompe. De este tipo son las sales, los oropimentes, el arsénico, la magnesia, la marcasita, la tutia y semejantes. Y Arnaldo dice en la Flor de flores: La causa de sus errores es que los cuatro espíritus, a saber, el oropimente, la sal armoníaca, el mercurio y el azufre, no son la semilla de los metales perfectos ni de los imperfectos, excepto el mercurio y el azufre que es su coágulo.

[El azufre]

Pero de estas últimas palabras de Arnaldo, alguien podría inferir como conclusión que el azufre y el argento vivo serán la materia de la piedra, porque se refieren a cuatro espíritus y el azufre coagula al mercurio. A quien preguntase si cualquier azufre coagula el mercurio, le respondo, con Ricardo Ánglico, capítulo undécimo, que no. Cualquier azufre vulgar es enemigo de los metales, como dice el filósofo. Hay que saber que el azufre proviene de la untuosidad de la tierra, espesada en la tierra por una decocción temperada, hasta que se endurece y se hace espesa. Y finalmente cuando está endurecida se la llama azufre.

El azufre es doble: vivo y cáustico. El vivo es la parte agente en los metales, el cual, depurado de toda suciedad por la naturaleza, es la materia de nuestra piedra. El cáustico y vulgar no es la materia de los metales o de nuestra piedra, sino que es su enemigo. Avicena y Ricardo Ánglico enseñan que el azufre vulgar y abrasador no entra en nuestro magisterio, porque de él no hay nacimiento, sino que ennegrece, infecta y corrompe siempre, con cualquier artificio que se le prepare. Al ser corruptor impide la fusión cuando se fija, como vemos en el hierro, porque tiene un azufre fijo, grosero; pero cuando él mismo es quemado se separa como una sustancia térrea, a la manera de un polvo muerto. ¿De qué manera, pues, podría suministrar la vida a otros? Tiene dos causas de corrupción, una sustancia inflamable y una feculencia térrea. Con estas cosas por delante, considera vulgar al azufre y no el de los filósofos, que es un fuego simple, vivo, que vivifica los otros cuerpos muertos y los madura, etc. Por esta razón el azufre común tampoco podrá ser la materia de la piedra

[El mercurio]

¿Pero qué inferiremos del mercurio vulgar, visto que todos los filósofos dicen que la materia de nuestra piedra es una cierta sustancia mercurial, y aquel tiene varias cualidades que también se atribuyen a nuestro mercurio? En efecto, es el elemento de todas las cosas licuables (como dice Arnaldo en el Rosario, primera parte, capítulo segundo) pues todas las cosas licuables, cuando se licúan se convierten en él; también se mezcla con ellas, pues es de la sustancia de ellas, aunque estos cuerpos difieran en su composición del argento vivo en la medida en que él mismo fue puro o impuro debido u un azufre inmundo extraño a él. Y en el cap. 4 dice: El mercurio vivo es algo manifiestamente perfectísimo y comprobadísimo en todas sus operaciones, puesto que cuando se fija protege de la combustión y hace efectiva la fusión. Y es la tintura de la rojez, de la ubérrima perfección, de un fulgor fúlgido y no se separa de la unión mientras existe. Y es amistoso y de indulgente piedad y el medio de unir las tinturas, ya que se mezcla intimamente con ellas y se adhiere naturalmente en lo profundo al ser de su naturaleza. Él es el único que vence al fuego y no es vencido por él, sino que se alegra descansando amigablemente en él. Y Bernardo dice: Imitamos con la máxima exactitud a la naturaleza, que en sus minas no tiene otra materia en la que opera excepto la pura forma mercurial. Este mercurio tiene un azufre fijo e incombustible que perfecciona nuestra obra sin otra sustancia que la sustancia mercurial.

Por consiguiente, si en el mercurio hay tan excelentes cualidades, se sigue necesariamente que es la materia de nuestra piedra. Respondo: así como el azufre es doble, también es doble el mercurio, o sea, el vulgar y el filosófico. El mercurio vulgar es aún crudo, inmaduro y es sabido que es un cuerpo que no persevera en el fuego, como el de los filósofos, pues aunque le apremie un leve fuego, sino que huye y se separa en forma de humo. Por ello se ha constituido en regla general de los filósofos: Nuestro argento vivo no es el argento vivo del vulgo. Y Lulio en la Clavicula, capítulo primero: Nosotros decimos que el argento vivo vulgar no puede ser el argento vivo de los filósofos con cualquier artificio que se prepare, pues el vulgar no puede ser detenido en el fuego excepto por otro argento vivo corpóreo que sea cálido y seco y más digesto.

Pero la mayor parte de los que filosofan han hablado de su propia cosecha de la sublimación y otras preparaciones del mercurio del vulgo, de donde han sido imaginados tan variados y admirables modos de operar, con lo que fueron aclaradas con bastante suficiencia las propiedades de este sujeto. Pero hasta ahora no pudieron alcanzar en este sujeto el objetivo que buscaron con tanto empeño, pues la naturaleza no lo puso en ese lugar. Sin embargo es tan admirable en su operación que de vez en cuando seducen a los que se consideran más sabios. Pongamos un ejemplo: un amigo que conocí muy bien hace tiempo trató con tanta sutilidad y esmero el oro amalgamado (según le llaman) que consiguió pasar por todos los colores y llegar hasta el amarillo, mas la amalgama no quiso de ningún modo ascender más allá de este color; ante este hecho ello, aquel buen químico le suministró un grado más crecido de fuego, persuadido totalmente de que ya era fijísimo y que, según los filósofos, ya no podría errar en adelante en el régimen del fuego. Pero, frustrado en su esperanza y persuación, el vidrio estalló en varios trozos y la obra quedó reducida a la nada, pues el mercurio aún volátil elevó consigo al oro por la chimenea (lo que debe notarse atentamente) y casi la dejó dorada; luego rascaron de ella mucha parte del oro que fue reducido a su prístina forma o cuerpo, según le llaman.

En esto se evidencia que el mercurio, que es un cuerpo él mismo, llegó a disolver el oro tan intimamente que lo redujo a tintura, de manera que al actuar el calor sobre la humedad, aparecieron varios colores. Pero si aquel buen hombre, y con él muchos otros, hubiese advertido las palabras de Arnaldo en la Flor de flores, no hubiera realizado tales experiencias con su método. Arnaldo, hablando a esta clase de laborantes, dice así: Quienes observando demasiado sutilmente consideraron que el mercurio cocido por el calor sulfúreo es el principio y origen de los metales, sublimaron por sí el mercurio, luego lo fijaron, lo disolvieron y lo coagularon, más al llegar a la proyección nada encontraron, etc. Por esta razon nosotros no podemos persuadirnos de que el argento vivo vulgar sea la materia de nuestra piedra. Sin embargo no negaremos que sin la ayuda de este nada de sólido puede hacerse en química filosófica ni en medicina.

[Los metales]

Hasta ahora hemos buscado con ansiedad la materia de nuestra piedra en los animales, en los vegetales, en las piedras, en los minerales menores, medios y mayores, pero no hemos podido encontrarla en ellos. Por ello deberemos seguir investigando si se oculta en los metales, y si estuviera en ellos, si a la vez en todos o acaso en algunos, y en cuáles por fin deba ser indagada.

Es bien conocido, y Roger lo atestigua especialmente en el cap. 3, que todos los metales se generan del azufre y del argento vivo, y que a ellos nada se les une ni puede añadírseles o los cambia, excepto lo que toma su origen de ellos, puesto que la corrección de cualquier cosa corrige la naturaleza de aquella cosa de la cual proviene, como dice Ricardo, cap. 1. Por no decir que el Sumo Hacedor quiso que en toda la naturaleza estuviera dispuesto que cualquier cosa generara y produjese a su semejante, que no proviniese un hombre de un caballo. Y de la misma manera que los animales brutos no pueden multiplicar su semejante por medio de la generación, sino con ayuda de una naturaleza semejante, así, no intentes conseguir la piedra bendita (dice Basilio Valentino) de otra cosa más que de su semilla, de la cual nuestra piedra ha sido hecha desde el principio. Cuando encuentres la semilla, considerarás contigo mismo con qué fin te diriges a buscar nuestra piedra y tu mismo podrás comprender que aquella [semilla] no puede tener nacimiento de otra cosa, sino de la raíz metálica de la que ha sido ordenado por Dios que se hagan los metales mismos. Añado que hay una gran conformidad entre la generación de los metales. En efecto, en uno y otro se requieren necesariamente el azufre y el argento vivo, que comprenden en sí la sal o alma noble; y no es posible percibir la especie de utilidad en forma metálica hasta que estos tres, tomados de la sustancia metálica, se reunan en uno; ciertamente a los metales na debe añadírseles que no tenga su origen de ellos. Y claramente nos queda, dice Dracón, que ninguna cosa extraña que no toma su origen de estos dos, azufre y mercurio, es capaz de perfeccionarlos o hacer una nueva transmutación de ellos. Por lo cual para la generación de la piedra debe ser elegida necesariamente una materia metálica.

[Los metales imperfectos]

Investiguemos brevemente si se oculta en los metales imperfectos. Se encuentran muchos que imaginan que la materia de la piedra puede extraerse del estaño o plomo para el blanco, del hierro o del cobre o de ambos para el rojo: dan por resuelta la duda, seducidos por una interpretación errónea de los propios filósofos. Así, Géber en el Libro de los hornos, cap. 9, dice: La pasta que ha de fermentar, como mucho la extraemos de los cuerpos imperfectos. Y por ello te damos esta regla general, que la pasta blanca se extraiga de Júpiter y Saturno, pero la pasta roja de Venus, Saturno y Marte. Y Basilio Valentino en su libro Sobre lo natural y sobrenatural enseña que de Marte y Venus se puede preparar una tintura. Igualmente en el Triunfo del antimonio irrumpe con estas palabras: A esta tintura del sol y de la luna le sigue de cerca la tintura del vitriolo o de Venus, igualmente la tintura de Marte; estas dos comprenden en sí la tintura del sol cuando se llevan a una fijeza más que perfecta. A estas les sigue las tinturas de Júpiter y de Saturno, para la coagulación del mercurio, y finalmente la tintura del mismo mercurio.

Pero el investigador de la naturaleza debe saber que éste nunca fue el pensamiento de Géber ni de Basilio, pues de otra manera se contradecirían a sí mismos, lo que no puede ser, pues los filósofos nunca mienten en sus escritos, aunque envuelvan la verdad en palabras parabólicas. En efecto, no puede surgir ninguna perfección de los metales imperfectos, ya solos, ya mezclados, con la que puedan mejorarse lo más mínimo. Esta no puede provenir de ellos solos(35), ya que para la materia de nuestra piedra se requiere la purísima sustancia del mercurio, como lo atestiguan el Sonido de la trompeta, Avicena, Lulio y la mayor parte de los filósofos, diciendo: En nuestra obra debemos elegir la más pura sustancia del mercurio. Pero esa purísima sustancia del mercurio no se encuentra en los metales imperfectos, pues están tan manchados por su azufre sucio y extraño que, a la manera de los cuerpos leprosos, no pueden acceder a una depuración interna y perfecta, cualquiera que sea el artificio que se utilice.

Añado que tampoco persisten en el fuego, propiedad que, entre otras, se requiere especialmente en nuestra materia. Oigamos a Géber, en el cap. 63 de su Suma, hablando de esta suciedad de los metales y de las propiedades del mercurio perfecto: Por esto, con verdadera investigación, hemos encontrado una sorprendente clase de dos secretos. Uno, que es doble(36) la causa de la corrupción por el fuego de cualquier metal (imperfecto); la primera es que el azufre combustible encerrado en su sustancia interna se enciende por un fuego fuerte, destruye toda la sustancia de los cuerpos, la convierte en humo y finalmente la consume, sin que pueda impedirlo la bondad de su argento vivo. La segunda causa es que la llama externa es aumentada por ellos, los penetra y resuelve en humo aunque sean fijas. La tercera es que sus cuerpos se abren por la calcinación. Entonces la llama del fuego los penetra y puede convertirlos en humo por más fijas que sean. Cuando coinciden las causas de toda corrupción los cuerpos se corrompen y aniquilan necesariamente, pero cuando no concurren, remite algo la velocidad de la corrupción de los cuerpos. El segundo de los secretos es que la bondad que se observa en los cuerpos está en proporción al argento vivo. Pues al no haber en el argento vivo ninguna otra causa de corrupción y de disgregación, no permite ser dividido en las partes de su composición, sino que permanece en toda su sustancia en el fuego; por ello puede ser conocida la causa de su perfección. Sea alabado pues Dios bendito y sumo que lo ha creado con una sustancia dotada de una propiedad que no es posible encontrar en ninguna cosa natural. Esta propiedad que en él se encuentra en potencia cercana, y que es imposible introducirla en otra por ningún artificio, consite en vencer al fuego, no ser vencido por el fuego, sino reposar amigablemente en él y se regocijarse en él.

Con estas palabras Géber demuestra claramente que nuestra materia no puede estar en los metales imperfectos, dado que, al ser inmundos por sí, cuando queremos purificarlos huyen del fuego; sin embargo nuestro mercurio, en razón de su pureza puede persistir en el fuego sin ningún daño.

De la misma manera que los metales imperfectos solos no pueden ser la materia de nuestra piedra, tampoco mezclados entre sí pueden producirla, pues con su mezcla no se hacen más puros de lo que eran antes. Callo que aquí se produce un nueva confusión completamente contraria a nuestro propósito, que, como se ha dicho más arriba, sólo requería una materia. Esto lo atestigua claramente Haly(37) en el cap. 6 del Libro de los secretos, diciendo: La piedra es única; no le mezcléis ninguna otra cosa; con ella operan los sabios y de ella brota aquello con lo que curamos. Ninguna otra cosa se mezcla con ella, ni en su totalidad ni en sus partes. Y Morieno dice: Este magisterio proviene en el principio de una raíz que después se dispersa en varias partes y se convierte en una cosa.

[Los metales imperfectos, símbolo del cuerpo o tierra]

Por consiguiente, si los metales imperfectos no pueden ser la materia de la piedra, ¿por qué los filósofos recomendaron operar en ellos? Respondo. Cuando los filósofos ordenaron tomar los cuerpos inmundos, no entendieron por ellos el cobre, hierro, plomo, estaño, etc., sino su(38) cuerpo o su tierra, como dice Arnaldo en la Flor de flores: El mercurio se une a la tierra, esto es, al cuerpo imperfecto. Pues aunque su tierra es en sí de una perfección y pureza tan grande como la naturaleza pudo perfeccionar algo, sin embargo respecto de la piedra física es aún imperfecta e inmunda. Y en esto el arte supera a la naturaleza, pues perfecciona lo que la naturaleza no pudo.

Pero que la tierra es imperfecta antes de su completa depuración y regeneración, es evidente por el hecho de que en ese momento no es capaz aún de teñir y ultraperfeccionar, ni tiene más de lo que la naturaleza le ha asignado; pero tras la regeneración puede mucho. La impureza de esta se percibe en nuestra obra de manera muy extraordinaria: cuando es negra se asimila al plomo o antimonio, luego gris, y se llama Júpiter o estaño o magnesia, y esto antes de la blancura; tras la blancura se llama Marte y Venus antes de ser llevada al rojo perfecto.

Basilio Valentín es de esta misma opinión mía, y piensa de manera muy distinta a lo que dejó en sus escritos en el libro citado, según lo atestigua en su tratado Sobre la gran piedra, donde, al investigar la materia de la piedra, había dicho que en el sol se reune el don de tres perfecciones y por ello tiene la facultad de persistir en el fuego; que la luna gracias a su mercurio fijo no retrocede ante el fuego y soporta su examen; y sigue con estas palabras: Aquella noble meretriz, Venus, se viste y ciñe de un superabundante color y la mayor parte de su cuerpo está rebosante de una ubérrima tintura y su color es tal que también habita en el mejor metal y a causa de su abundancia se inclina al rojo. Pero puesto que su cuerpo está leproso, aquella tintura no puede permanecer fija en él, sino que se desvanece con su cuerpo. En efecto, cuando el cuerpo es corrompido por la mortificación, el alma tampoco puede permanecer, sino que es obligada a retroceder y huir. Su habitación ha sido corrompida y quemada por el fuego, de tal manera que no se conoce su lugar ni nadie pueda habitar allí en adelante. Pero en un cuerpo fijo permanece voluntariamente. La sal fija ha suministrado al fuerte Marte un cuerpo duro, valiente, sólido, de donde le proviene su fortaleza de ánimo y este caudillo no puede ser vencido fácilmente: tiene un cuerpo duro que difícilmente es herido(39).

Pero si alguien infiere que, según la doctrina de Basilio Valentín, el azufre fijo de Venus unido al espíritu del mercurio puro puede transformarse en tintura, sepa y comprenda lo que se ha repetido ya a menudo: la materia de nuestra piedra no depende de varias cosas, lo que también Basilio aprueba, enseñando que lo universal es una cosa única, y en una cosa única se encuentra y puede ser extraída, y es el espíritu del mercurio y el alma del azufre junto con la sal espiritual, unidos juntos bajo un cielo y habitando en un solo cuerpo.

[Los metales perfectos]

Alguien tal vez, desviado de la verdadera senda, una vez dejados a su espalda los metales imperfectos, dirigirá su ánimo a los más perfectos, al considerar aquel dicho de Platón(40) en Cuart. 2: ¿Por qué calcináis y disolvéis otros cuerpos con gran fatiga, cuando en estos encontraríais lo que buscáis? Pero si queréis usar aquellos, es preciso que primero los convirtáis en la naturaleza de los cuerpos perfectos.

Por esta razón, amiguísimo indagador de los secretos naturales, deja cualesquiera animales y vegetales, todas las sales, alumbres, vitriolos, marcasitas, magnesias, antimonio, todos los metales imperfectos e impuros, y busca tu piedra con Arnaldo de Vilanova, part. 1, cap. 7 en el mercurio y el sol para el sol, en el mercurio y la luna para la luna(41), pues todo el beneficio de este arte consiste en ellos solamente.

Como asegura Ripley, puerta 1, de la misma manera que fuego es el principio de la combustión, así el oro es el principio de la aurificación. Por tanto, si pretendes fabricar oro y argento por el arte filosófica, no tomes para ello ni huevos ni sangre, sino oro y argento, los cuales calcinados natural y convenientemente, y no manualmente, producen al exterior una nueva generación, acrecentando su raza, como todas las cosas naturales. Por lo cual Ricardo, cap. 10, nos anima a sembrar el oro y el argento para que con nuestra labor y el favor de la naturaleza produzcan fruto; es más, él mismo tiene y es lo que buscas y ninguna otra cosa en el mundo.

¿Y por que no he de elegirlos, si contienen en acto un mercurio puro y perfecto con un azufre rojo y blanco, como atestigua Ricardo, cap. 12? Y Avicena enseña que en todo argento hay un azufre blanco, como en todo oro hay un azufre rojo(42); pero tal azufre no se encuentra sobre tierra fuera del que hay en estos cuerpos. Y por ello preparamos sutilmente estos dos cuerpos, de manera que tengamos sobre la tierra el azufre y argento vivo de aquella materia de la que se producían el oro y el argento bajo tierra. En efecto, esos cuerpos son lucientes y en ellos están los rayos que tiñen los restantes cuerpos en blancura y rojez verdadera, según como fueron preparados. Pues nuestro magisterio, dice Arnaldo, Rosar. part. 1, c. 5, ayuda a los cuerpos perfectos y perfecciona el imperfecto sin mezcla de otra cosa. Así, al ser el más precioso de todos los metales, el oro es la tintura de la rojez que tiñe y transforma todo cuerpo. El argento sin embargo es la tintura de la blancura, tiñendo los demás cuerpos en blancura perfecta.

Ha de saber también el benigno lector que los metales, es decir, el oro y el argento en su forma metálica, no son la materia de nuestra piedra, sino que es un medio entre ella y los metales imperfectos, de la misma manera que nuestra materia es el medio entre aquellos y nuestra gran piedra. Oye lo que dice Bernardo, conde de Tresna y Naiga, 2ª parte de su tratado: Callen cuantos afirman que en nuestra magnesia hay otra tintura (que aparece como falsa e inútil) que la nuestra y otro azufre que el nuestro oculto; también aquellos que dicen extraer otro argento vivo, fuera del siervo rojo, y otra agua diferente a nuestra, que es permanente y a nada se une sino a su propia naturaleza, y ninguna otra cosa moja, excepto lo que es de la unidad de su propia materia. No hay otro vinagre sino el nuestro, ni otro régimen ni otros colores. Tampoco hay otra solución, sublimación, congelación, putrefacción, etc. que las nuestras(43). Te aconsejo por tanto que dejes los alumbres, vitriolos, sales y todos los otros atramentos, bóraces, aguas fuertes, hierbas, animales, bestias y todo lo que proviene de ellos: cabellos, sangre, orina, esperma humano, carne, huevos; tambien igualmente cualquier mineral y los metales solos. Pues aunque de ellos proviene es la entrada y nuestra materia, según aseguran todos los filósofos, debe componerse de argento vivo, y este en no se encuentra otro lugar más que en los metales, según testimonio de Géber, etc., sin embargo esos no son nuestra piedra mientras están en forma metálica. Pues es imposible que una y la misma materia tenga dos formas. ¿Por qué razón podrían ser la piedra, que tiene una forma digna y media entre los metales y el mercurio, si primero no es corrompida y separada?

También Raimundo Lulio, en el cap. 56 de su Testamento dice: Por ello el buen artista toma los metales como medio en la obra del magisterio, especialmente el sol y la luna, debido a que estos dos han llegado a una coigualdad temperada y muy depurada, de la sustancia del azufre y el argento vivo cocida, pura y bien digesta por el ingenio de la naturaleza; para conseguir esta proporción, el artista se atormentaría en vano si quisiera empezar sin medios reales desde los principios naturales. Y en el Codicilo: Sin estos dos, el oro y el argento, esta arte no podríacompletarse, puesto que en ellos está la más purísima sustancia del azufre, depurada perfectamente por la naturaleza, para cuya depuración el arte es más débil que la naturaleza, y no es capaz de igualarla por mucho que en ello te esfuerces. De aquellos dos cuerpos, preparados con su azufre o arsénico puede extraerse nuestra medicina y sin ellos no puede ser tenida. Y en el proemio de su Clavícula dice: Os aconsejo, amigos míos, que no operéis sino con el sol y la luna, reduciéndolos en su primera materia, nuestro azufre y argento vivo. Pues de aquellos cuerpos, dice Arnaldo, part. 1, c. 7, se extrae el azufre totalmente blanco y el rojo, pues en ellos está la más pura sustancia del azufre, profundamente depurada por el ingenio de la naturaleza.

Dice Nicaro en la Turba: Ordeno a la posterioridad que tomen el oro que quieren multiplicar y renovar, después dividir el agua en dos partes, una para comprimirlo. Al incidir aquel bronce en el agua se llamará fermento del oro.

[El oro de los filósofos]

Pero, ¿con qué intención el filósofo llama aquí al oro su agua, cuando dice que el bronce al incidir en aquella agua se llamará fermento del oro? Para aclarar este escrúpulo, sepa el confiado investigador de la naturaleza que el oro de los filósofos no es el oro del vulgo, según enseña Senior. Y en una de los Comentarios a la Turba se dice: Así como que el mercurio es el principio de todos los metales, el sol es el fin y extremo de los metales; y todos los metales limpios y sucios son por dentro sol, luna y mercurio. Pero el verdadero sol que se separa de ellos es único.

Advierte que el sol u oro de los filósofos es muy diferente del vulgar, aunque toma de él su origen. Así se dice en Aurora naciente, cap. 16: Por ello es evidente que el oro filosófico no es el oro del vulgo ni en color ni en sustancia, sino que lo que se extrae de ellos es la tintura blanca y roja. Pero es el oro de los filósofos, que es comprado por un precio pequeño, según dice Alfidio. Y Morieno dice: Toda cosa que se compra con gran precio es falsa. En efecto, se precisa poquito de esta goma y con poco oro compramos mucho.

Además nuestro oro es oro vivo, y nuestro argento, argento vivo, que nada pueden añadir, excepto la vida y el aumento; el oro y argento vulgares estan muertos y no pueden perfeccionar más ampliamente de lo que la naturaleza les ha concedido, hasta que resucitados de entre los muertos por el sabio artífice, reciben su vida; entonces viven y pueden servir mucho en la propagación y multiplicación de su género(44).

De la vida de los metales vulgares y los nuestros, el destacadídimo Miguel Sendivogio, excelente filósofo que aún vive, habla así en el tratado 2 de su librito Sobre la piedra filosofal: Date por advertido, no tomes el oro o el argento del vulgo, pues están muertos. Toma los nuestros, que están vivos. Luego ponlos en nuestro fuego y se hará de él un licor seco. Primero se resolverá la tierra en agua, que se llama mercurio de los filósofos, y aquella agua resuelve los cuerpos del sol y la luna y los consume, de manera que sólo permanece una décima parte con una parte. Y este será el húmedo radical de los metales.

Tratando con más detalle del oro de los filósofos, debe notarse que los filósofos llaman al oro a veces su agua, a veces su tierra. De la primera manera ya hemos oído a Nicaro. Otro tanto hace el autor del Rosario de los filósofos, diciendo: Mas, ¿qué decís de esto que dicen los filósofos: "Nuestro oro no es el oro del vulgo, nuestro argento no es el argento del vulgo"? Digo que ellos llaman agua al oro, debido a que por la virtud del fuego asciende a lo superior. Y verdaderamente este oro no es el oro del vulgo. El vulgo no creería que aquel podría ascender a lo superior a causa de su fijeza.

Pero que los filósofos quisieron llamar a su tierra también su oro lo atestigua el mismo autor: Sabe que el bronce, que es el oro de los filósofos, es su oro. Esta tierra es llamada bronce, fermento y tintura, como su agua blanca y hojosa, es llamada tierra. Por eso el autor del Sonido de la trompeta, en el capítulo de la solución, comienza así: Hermes habla de esta manera: "Sembrad vuestro oro en la tierra blanca hojosa(45) que por calcinación se vuelve ígnea, sutil, aérea"; lo que equivale a: sembrad el oro, es decir, el alma y virtud tingente en la tierra blanca, la cual con la preparación se hace blanca y limpia, en la que no hay suciedad. De esto es evidente que el oro de la naturaleza no es la materia del fermento, al contrario, el oro de los filósofos es el fermento tingente. Y en la Escala de los filósofos, esc. 7, se dice: Su tierra, en la que se siembra su oro, es blanca y su alma es el oro. Y aquel cuerpo es el lugar de la ciencia, que la congrega, y la mansión de las tinturas. Y poco después dice el mismo autor: Por lo cual dice Hércules: fundid de nuevo, esto es, disolved el cuerpo de la magnesia, que es hecho blanco y semejante a las hojas de zarza. En efecto, aquello es lo que huye a lo óptimo, y el oro que se extrae de él se llama oro de los filósofos y es la tintura que es el alma. Pues cuando el agua asciende como un espíritu al aire superior, y cuando este cuerpo blanco fue hecho oro blanco, tras la negrura lo llamaron nuestro oro. De donde Senior: Mezcla el oro con el oro, esto es, el agua y la ceniza. Y Hermes: Sembrad el oro en la tierra blanca hojosa. Por lo cual los filósofos dijeron que nuestro oro no es el oro del vulgo.

Pero a esta sentencia alguien podría aducir y preguntar por qué los filósofos entienden por su oro ya agua, ya tierra; que parece que o se contradicen a sí mismos o estan en desacuerdo; o que lo confunden todo y han querido seducir a los discípulos. Respondo que todos y cada uno de los filósofos, cuando promulgan la auténtica verdad la envuelven con palabras encubiertas y alegóricas, y sin embargo no se contradicen, sino que convienen en un modo tan admirable que parece que han hablado con una sola boca; además ni confunden ni inducen al imitador digno a seducir el ánimo, sino que clara y abiertamente, aunque con locuciones misteriosas, exponen a sus ojos la verdad, que sin embargo ocultan a los indignos e impíos y la esconden de aquellos, cuanto está permitido por la gracia de Dios, para que no sean arrojadas las perlas a los cerdos, que se contentan con deleitarse solamente con sus deseos y pasiones, ni sea pisoteada con los pies la pureza, com en esta cuestión lo atestigua la cosa misma. Ciertamente debe ser demostrado por el benigno investigador de nuestro arte, y no una vez, sino repetidamente, no sólo de donde debe ser tomada nuestra materia, sino también que debe ser única que por la prudencia del artífice debe ser disuelta en dos cosas, tierra y fuego o mercurio y azufre.

Por ello, cuando los filósofos llaman oro a su agua o tierra, no actúan mal y es potestad suya llamarlas con el nombre que quieran; tampoco han temido referirse a su piedra como su oro, oro pluscuamperfecto, oro regenerado y con otros muchos nombres. Pero que su sentencia deba ser entendida con no importa qué primera observación, debe atribuirse más bien a la ignorancia que a la envidia de los filósofos.

El tecnófilo investigador de este ínclito arcano ha sido instruido abundante y ampliamente sobre la materia de nuestra piedra, que no debe ser extraída de ninguno de los vegetales, de ninguno de los animales o lo que procede de ellos, de ninguno de los minerales, de ninguno de los metales imperfectos, sino del oro y el argento; y que nuestro oro y argento no son el oro y el argento vulgares y muertos, sino de los sabios y vivos. Queda sólo tratar a continuación de la solución, como eje del asunto y arcano máximo.

 

[2. LA SOLUCIÓN]

Se produce solución cuando hacemos de una cosa seca una húmeda, de dura blanda, de oculta manifiesta, esto es, cuando una cosa dura se convierte en agua, no el agua vulgar (como enseñan Parménides y Agadmón en la Turba, diciendo: Cuando oyen de la solución de los cuerpos, algunos creen que es el agua de nubes; pero si leyesen y entendiesen nuestros libros, sabrían que nuestra agua es permanente.), sino en agua de los filósofos, esto es, en materia prima, como dice Arnaldo, Rosar. 1, cap. 9: La obra de los filósofos es disolver la piedra en su mercurio, para reducirla a primera materia. Y Avicena dice: Tú que quieres operar, tienes necesidad de trabajar primero en la solución y sublimación de las dos luminarias, que es el primer grado de la obra, de manera que de ellos se haga el argento vivo. Por ello, Arnaldo, Rosar. 2, cap. 1 y 2, describe la solución, que es la división de los cuerpos y la preparación de la materia o naturaleza primera. Y Ricardo Ánglico, c. 18, escribe así: El primer comienzo es disolver la piedra en su materia primera, y es la conjunción del cuerpo y espíritu, de manera que de ellos se haga un agua mercurial.

No sólo la solución es la primera labor absolutamente necesaria en nuestra obra, sino que resulta dificilísima, testigo Eobaldo Vogelio(46) diciendo: Qué cosa tan difícil sea la solución, pueden atestiguarlo los antiguos que se esforzaron en ella. Y Bernardo conde de Tresna en su libelo A Tomás de Bolonia escribe: El que conoce el arte y secreto de la disolución ciertamente ha alcanzado el secreto del arte, que es mezclar las especies y extraer las naturalezas de las naturalezas que se ocultan en ellas eficazmente.

La solución no debe efectuarse con aguas agudas y fuertes, ya que todas las aguas agudas y fuertes corroen y corrompen el cuerpo que debe ser llevado a la solución y mejoramiento. Por tanto, como se dice, no se produce ninguna solución en agua que moja las manos, sino en un agua seca que se llama no sólo mercurio, sino también azufre, como testimonia Zeumón en la Turba: Si no trituráis el cuerpo, lo destruís, impregnáis y conducís diligentemente hasta que extraigáis su grasa y hagáis un espíritu impalpable, trabajáis en vano.

Y Ricardo Ánglico, siguiendo a Avicena, dice: Los filósofos han imaginado sutilmente de qué manera de estos cuerpos perfectos pueden extraerse aquellos azufres y purgar mejor sus cualidades por el arte, para que esto se hiciera en el arte mediante la naturaleza, lo que antes no apareció en ellos, aunque los tuvieron totalmente oculto. Y conceden que esto se hace en vano, sin la solución del cuerpo y su reducción en materia prima, que es el argento vivo del cual han sido hechos desde un comienzo, y esto sin ninguna añadidura de cosas extrañas, pues las naturalezas extrañas no enmiendan nuestra piedra.

Ningún agua disuelve nuestros cuerpos, sino aquella que sea de su género y que puede ser espesada por los cuerpos, dice Bernardo en la Epistola a Tomas de Bolonia. Y poco antes en la misma Epistola escribe: La solución requiere la permanencia simultánea del disolvente y de lo disuelto, de manera que de ambas semillas, masculina y femenina, resulte una nueva especie. Amén te digo, que ninguna agua disuelve la especie metálica con reducción natural, sino aquella que permanece con ellos en materia y forma y a la que los mismos metales disueltos pueden recongelar. Y Morfoleo en la Turba: Todo cuerpo se disuelve con el espíritu con el que está mezclado y se hace igualmente espiritual. Y todo espíritu es alterado y coloreado por los cuerpos; a este espíritu se le mezcla el color tingente y constante contra el fuego .

Siendo esto así, el discípulo tecnófilo debe inquirir diligentemente cuál es aquella agua. Pues el conocimiento del menstruo, dice Raimundo Lulio en el Compendio del alma, primera parte, es una de las cosas sin la que nada puede hacerse en el magisterio de este arte. En efecto, no hay ninguna cosa que una las disoluciones de los metales, excepto nuestro menstruo, pues es la misma agua que hace la disolución de los metales con la conservación de su especie, dice en el Codicilo.

En efecto, este es el máximo arcano que no sólo ocultaron una y otra vez los filósofos en sus escritos, sino que también prohibieron revelarlo. Sin embargo, en la medida que me es lícito, te devolveré a la verdadera senda con dos dichos de filósofos. El primer dicho se encuentra en el Rosario abreviado(47), casi con estas palabras: La primera preparación y fundamenta de este arte es la solución, esto es, la reducción del cuerpo en agua, esto es, en argento vivo. Y a esto le llamaron solución cuando dijeron: Disuélvase el oro en el cuerpo oculto de la magnesia, de manera que sea reducido a su primera materia, para que de él se haga azufre y argento vivo, no para que de nuevo sean rehechos en agua. Ciertamente nuestra solución no es otra cosa, sino que el cuerpo se haga húmedo y se resuelva en la naturaleza del argento vivo y disminuya la salazón de su azufre; este azufre divino se extrae de dos azufres, cuando el espíritu sale al encuentro del cuerpo.

El segundo dicho lo expresa Ripley en el "Prefacio" a las Doce puertas(48): <12> [...] Yo te enseñaré expresamente que comprendas que hay tres mercurios, que son claves de la ciencia, <13> a los que Raimundo Lulio llama sus menstruos, sin los cuales nada recto se hace; pero dos de estos son superficiales, el tercero es esencial del sol y la luna, cuyas propiedades te mostraré sinceramente. Pues el mercurio esencial de los otros metales es el principal material de nuestra piedra. <14> En el sol y la luna nuestros menstruos no son visibles a la vista, y no aparecen, sino por efecto. Esta es la piedra que entendemos, si alguien entiende rectamente nuestros escritos. Es el alma y sustancia espléndida del sol y la luna y su influencia sutil por medio de la cual la tierra recibe el esplendor. <15> Pues qué otra cosa es el oro y el argento (dice Avicena), sino la tierra pura, blanca y roja. Quita de ella el mencionado esplendor y entonces la tierra será de poco valor. Llamamos nuestro plomo a todo el compuesto. La cualidad del esplendor proviene del sol y la luna. Y estos son en difinitiva nuestros menstruos. <16> Calcinamos naturalmente los cuerpos perfectos con el primero, pero ningún cuerpo inmundo entra, excepto uno que vulgarmente es llamado león verde por los filósofos(49), que es el medio de unir las tinturas entre el sol y la luna con perfección. <17> Con el segundo, que es la humedad vegetal que revivifica lo que antes estaba muerto, ambos principios materiales y formales deben ser disueltos, de otra manera serían de poco valor. <18> Con el tercero, que es la humedad muy permanente, incombustible y untuosa en su naturaleza, será quemado en cenizas el árbol de Hermes. Este es nuestro certísimo fuego natural, nuestro mercurio, azufre, nuestra tintura limpia, nuestra alma, nuestra piedra elevada con el viento, generada en la tierra. Guarda esto en tu ánimo. <19> Esta piedra, me atrevo a decírtelo, es el vapor potencial del metal; conviene que seas cauto en la manera de adquirirlo. Pues este menstruo es invisible, aunque con la segunda agua filosófica por medio de la separación de los elementos, puede aparecer a la vista en forma de agua clara. <20> De este menstruo, fertilizado por la labor, y con él, puede hacerse el azufre de naturaleza, si está naturalmente aguzado y circulado en espíritu puro; entonces con él podrás disolver tu base o masa.

Estas son las palabras de estos filósofos en las que está revelado todo el misterio de la solución. Por consiguiente, si consideras las facultades y fuerzas de la naturaleza con atención y las contrastas con estas palabras, y todas las operaciones de la naturaleza las aniquilas, esto es, las reduces y las ordenas a la manera de los hilos de un ovillo, encontrarás en ellas toda la verdad total y fundamentalmente. Pero si de sus palabras no puedes comprender dónde están cerradas con cerrojo las puertas, tampoco conocerás la materia ni la fuerzas de la naturaleza, a cuyo conocimiento conducen, no la observación superflua ni los recortes de comino, sino las oraciones ardientes con el incansable estudio.

Ciertamente, después de la revelación de Dios, sumo y máximo, he alcanzado este arte única y solamente con asiduos estudios, vigilias y con la lectura frecuente y reiterada de los libros auténticos. No en cuanto a la materia, que empecé a conocer por la revelación de Dios solo, pero aquello que aprendí luego lo confirmé y conformé; también aprendí la solución (que entre todos los filósofos es una única y sin la cual ni los filósofos antiguos ni los más recientes pudieron hacer algo provechoso; por ello es el secreto del arte y el arcano de los filósofos, que nadie sino Dios debe revelar) y todos los trabajos, por cuyo beneficio, con la boca y el corazón, desde ahora y por los siglos, doy gracias inmortales al Creador de las cosas. Amén.

Pero, amigo lector, para eliminar la causa de tus quejas contra mí, te mostraré por el amor de Dios aún un misterio, y sabrás que aunque la solución sea una, se distingue según lo anterior y lo posterior, como suelen decir en las escuelas. La primera solución es aquella de la que, como se ha dicho anteriormente, habla Arnaldo, es decir, la reducción en primera materia; la otra es aquella perfecta solución del cuerpo y espíritu a la vez, donde solvente y solvendo permanecen siempre juntos(50), y con esta solución del cuerpo se consigue a la vez la coagulación del espíritu(51) .

Aquí podrás ver con tus ojos de forma clara y transparente lo que has deseado conocer y ver; es ciertamente una obra de mujeres y un juego de niños, pero de ello nos abstendremos de hablar más ampliamente, porque una vez conocido adecuadamente el principio, se seguirá el fin, con la asistencia del numen divino, donde veremos toda la gloria, caduca esta y eterna aquella, donde con nuestros cuerpos clarificados veremos a Dios cara a cara, despreciando todos los placeres mundanos y deseando únicamente éste, eterno, infinito e inefable, lo lograremos con nuestros mismísimos ojos abiertos.

 

Con esto daré fin a este tratadillo mío, relegando lo que te queda por conocer a la siguiente parábola, en la que encontrarás mostrada claramente toda la operación y práctica. Si la sigues debidamente no dudo que tú mismo alcanzarás el fin perfecto y la verdadera sabiduría que a ti y todos los buenos quiere mostrar Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, bendito por todos los siglos.


M. S.

Es una cosa en número, una cosa es en esencia,

que la naturaleza se esfuerza en cambiar, pero con ayuda del arte,

en dos, y dos veces dos, tres como te enseñarán nuestros escritos,

el mercurio, el azufre se dan alimentos.

El espíritu, el alma y el cuerpo y los cuatro elementos

que preceden al quinto, es la piedra de los filósofos.

Toma tu materia sin fraude y que sea doble,

brille a la vez el ser mercurial sin mezcla.

Elegidla pura de todo azufre peregrino

y al horno de fuego destruidla profundamente.

Con el peso adecuado componedla de nuevo. Así, tú

has iniciado el camino del arte y del misterio, creo.

Despues de disolverla enseguida la sublimarás,

y tritúrala, nunca cese el amor de destilar.

Insiste después congelando y prosigue cociendo.

Tras esto empieza a teñir generoso:

entonces tienes la medicina de los hombres, máxima también para los metales,

para sanar a tu albedrío a quienquiera que desees.

 


S I G U E --- L A --- P A R Á B O L A --- E N --- L A --- Q U E

SE DECLARA EL MISTERIO DE TODA LA PRÁCTICA

 

Paseando cierta vez por un bosquecillo ajardinado y elegante meditaba sobre la miseria de esta vida y deploraba haber sido llevados a este penoso y desgraciadísimo estado por el lastimoso desliz de nuestros primeros padres. Avanzando así me desvié y llegué a una senda áspera, solitaria e impracticable, asediada por numerosas zarzas, de lo que se podía deducir fácilmente que rara vez era usada. Al advertirlo me atemoricé y hubiese retrocedido de haber estado en mis fuerzas, pero un viento bastante vehemente me seguía de tal manera que podía dar más fácilmente diez pasos hacia adelante que uno hacia atrás. Por ello hube de apresurarme y continuar por la senda a pesar de su aspereza.

Avancé así un trecho y fui a parar a un prado muy agradable, parecido a un circo, adornado y casi rodeado de árboles frutales, llamado por los habitantes del lugar prado de la Felicidad. Allí encontré un grupo de hombres decrépitos que lucían barbas canosas y entre ellos uno de mediana edad, de barba espesa y muy negra, cuyo nombre me era conocido, pero del cual aún no había visto el rostro.

Los hombres discutían de temas variados: de la bondad y sabiduría de Dios, de todo lo natural, y sobre todo de un cierto misterio grande y recóndito que permanece escondido en la naturaleza, que Dios ocultaba casi a todo el mundo y sólo mostraba a unos pocos que lo siguen con verdadero amor. Los escuché largo tiempo (su charla pues me resultaba agradable), hasta que me pareció que algunos divagaban lejos y errados, no ya en cuanto a la materia y la operación, sino en lo que atañe a parábolas, comparaciones y adornos, siguiendo las ficciones de Plinio, Aristóteles y otros, que unos habían tomado de los otros.

Al oír esto no pude contenerme más y a la manera de Saulo entre los profetas mezclé también mi mostaza, como se dice, refutando tales futilidades en base a la experiencia y la razón. Al oírme algunos concordaron conmigo y examinándome minuciosmente sondeaban mis conocimientos. Pero mis fundamentos habían sido expuestos con tanta solidez que sobrepasé el examen con el aplauso de todos, así que admirando la solidez de mi intervención aseguraron con voz unánime que debía ser admitido en su colegio. Estas palabras me abrumaron de no pequeña alegría, pero dijeron que no podía ser su colega hasta que no conociese perfectamente su león y sus cualidades internas y externas. Por lo cual afirmaban que debía poner todo mi empeño en someterlo. Confiando plenamente en mí, les prometí que estaba dispuesto a intentarlo. Su trato me atraía tanto que no los hubiera abandonado por las riquezas de este mundo.

Me llevaron hasta el león y me declararon sinceramente su naturaleza, pero ninguno quiso explicarme cómo debía actuar con él en primer lugar. Algunos balbuceaban algo sobre ello, pero de manera tan confusa e intricada que uno de mil apenas podría entenderlos. Pero pretendían que tras haberlo vencido y haberme protegido de sus afiladísimas zarpas y dientes horrendos, en adelante nada me sería desconocido.

Este león era antiguo, feroz y enorme, crines amarillas nacían de su cuello y parecía invencible, de manera que estaba no poco preocupado por mi temeridad y a gusto hubiera retrocedido, si no me hubieran mantenido en mi propósito mi promesa y los ancianos, presentes y atentos a mi proceder. Así, con ánimo esforzado y prudente descendí a la fosa del león e intenté someterlo, pero sus fulgurantes ojos me aterrorizaban de tal manera que apenas podías mantenerme quieto en el sitio y lo que pretendía realizar con él se iba a realizar en mí. Pero recordando lo que había oído a un cierto anciano mientras iba a la fosa, que muchos habían presumido de domar al león, pero que muy pocos habían llevado al final su propósito, me reafirmaba y para que no me sirviera de vergüenza, intenté las variadas e ingeniosas operaciones que con incansable estudio había aprendido en esta lid atlética; añado que no era inexperto en la magia natural. Dejadas atrás las contemplaciones, suave, artificiosa y sutilmente me apoderé de él, de manera que antes de que lo sintiese había extraído casi toda la sangre de su cuerpo, incluso de las más intimas vísceras de su corazón. Esta era rubicundísima, pero colérica. Continué cortando y encontré cosas que me admiraban sin cesar, sobre todo sus huesos eran blanquísimos como la nieve y excedían en cantidad a la sangre.

Al verlo los ancianos, que situados en la parte alta de la fosa observaban nuestro combate, entablaron entre ellos una enconadísima disputa, en la medida en que me era posible colegirlo de sus gestos, aunque al estar abajo en la fosa no podía percibir sus palabras. Pero cuando más agriamente se contradecían, oí a uno que prorumpió con estas palabras: "También ha de revivificarlo, si quiere ser nuestro colega".

Dejando atrás todos los circunloquios, alejándome de la fosa a un un espacio abierto, llegué, aún no sé cómo, a un muro altísimo, que se extendía más de cien codos de altitud hacia la nubes, pero en su cima no excedía un pie de ancho. Desde su principio, donde había ascendido, hasta el fin, había una verja de hierro en medio del muro, muy bien afirmada en su base. Llegué a este muro, digo, y me parecía que alguien me precedía no lejos, a la derecha de la verja. Habiéndole seguido un poco, observo a alguien que me sigue desde el otro lado (aún dudo si era hombre o mujer), el cual me llamó y me dijo que era preferible andar por el lado que iba él, a aquel por donde avanzaba yo, lo que creí fácilmente, pues la verja que estaba en medio hacía el camino muy estrecho y muy difícil la marcha a tanta altura; veía que algunos que me seguían, ciertamente resbalaban. Por ello, con las manos agarradas a la verja me trasladé al otro lado y avanzando así llegué al final del muro por un descenso muy difícil y peligroso; allí lamenté haber abandonado mi situación anterior, sobre todo porque no podía deslizarme más adelante, ni se me ofrecía la posibilidad de retroceder. Por ello, y recordando que la suerte ayuda a los audaces, intenté lo último y confiado en mis manos y pies descendí sin ningún daño.

Al avanzar algo más adelante ya no advertí ningún peligro, ni entendía qué se había hecho del muro o de la verja. En aquel lugar había rosas blancas y rojas, pero las rojas excedían en número a las blancas y arrancando algunas adorné mi sombrero. Las mujeres eran hermosísimas, pero un muro que ceñia el jardín vecino las separaba de algunos jóvenes que deambulaban por él. De buena gana hubieran ido con ellos, pero no les era honroso rodearlo y buscar la puerta.

Movido de misericordia hacia ellas retrocedí por el camino por el que había venido; con gran apresuramiento llegué por una senda llana a unos edificios donde busqué apresurado la casa del jardinero. Encontré muchísimos hombres: cada uno tenía su estancia, raramente vivían dos juntos y cada uno realizaba su trabajo con aplicación. Eran trabajos que me parecieron conocidos, que habían sido realizados antes de aquel momento y cuyas operaciones eran suficientemente del dominio público. Y meditaba así conmigo mismo: "Vaya, ¿acaso hay tantos hombres que realizan trabajos tan sórdidos y sin valor, que tienen una cierta apariencia en la imaginación de cada cual, pero ningún fundamento en la naturaleza?(52) Y te será disculpado(53).

No queriendo detenerme vanamente en estas futilidades, pues sabía que esta clase de arte se desvanece con el humo, proseguí el camino iniciado. Al acercarme a las puertas del jardín, algunos me contemplaban con semblante torvo, de manera que temía que pusiesen trabas a mi intento. Otros sin embargo decían murmurando: "Vaya, ese buen hombre piensa acercarse a la puerta del jardín, y nosotros, que hemos pasado tantos años en estas labores de jardinería nunca hemos sido admitidos en él. ¿Con qué risa sardónica no lo seguiremos, si sufre una repulsa?" Pero yo, teniendo en poco estas palabras (pues la condición del huerto me era más conocida que a ellos, aunque nunca había estado en él), estaba en la puerta delantera, aunque continuamente cerrada, ya que desde fuera no existía agujero por donde introducir la llave, Presentía en efecto que en esa puerta había un agujero que no era accesible a los ojos vulgares; y meditaba conmigo que este lugar debía ser abierto, por ello tomé la llave que todo lo cierra, que algunos quieren que sea llamada adulterina, ya anteriormente preparada con cuidadoso artificio, abrí la cerradura y entré. Una vez dentro encontré otras puertas aherrojadas, que abrí sin embargo con poco esfuerzo. La entrada era como las que es posible ver en edificios bien diseñados, de seis pies de ancho y 20 de largo, cubierta por un egregio artesonado. Aunque las otras puertas estaban cerradas, podía inspeccionar el jardín a través de ellas como si hubiesen estado abiertas. Con la aquiescencia divina entré en el jardín, en cuyo centro se encontraba otro jardín cuadrado y que abarcaba seis pértigas, rodeado por rosales. Florecían allí rosas extraordinarias, y, dado que caía una lluvia fina y los rayos solares la penetraban, aparecía un arco iris delicadísimo.

Traspasando pues este jardincillo y apresurándome al lugar donde quería prestar ayuda a las doncellas, he aquí que percibo en un lugar del muro unos humildes adornos y a una doncella hermosísima que avanzaba adornada con un ligero y brillante satén, con el joven más hermoso de todos, vestido con una vestidura escarlata. Iban delante cogidos del brazo marchando hacia la rosaleda llevando en sus manos muchas rosas de suave olor. Me dirigí a ellos con un saludo y le pregunto que de qué modo había entrado. «Este amadísimo esposo mío, dijo, me ha ayudado; ahora dejamos este jardín muy ameno y nos dirigimos a nuestro aposento para satisfacer nuestro amor.» «Me alegro, dije, de que todo se arregle a voluntad vuestra sin más molestias mías. Sin embargo ya veis cuánto esfuerzo he gastado en vuestro servicio, donde en tan corto tiempo he recorrido tanto espacio.»

Luego llegué a un molino de agua construído de piedra interiormente, donde no había ningún recipiente para la harina ni ninguna otra cosa apta para moler, pero por el muro se veían ruedas rodeadas de agua. Pregunté que con qué razón se hacía esto. Me respondió un decrépito molinero que la molienda se realizaba desde el otro lado; en ese momento observé que un molinero atravesaba por el puente y fui tras él de seguida. Atravesé el puentecillo, a cuya izquierda quedaban las ruedas, y me paré admirando lo que veía. En un momento las ruedas estaban sobre el puente; las aguas aparecían muy negras, con gotas blancas. La superficie del puentecillo no excedía los tres dedos de ancho; sin embargo agarrando con firmeza los tirantes del puente no dudé en andar hacia atrás; así, sin ser mojado por la humedad atravesé el agua y pregunté al anciano cuántas ruedas tenía. «Diez», respondió.

Ese prodigio que me había sucedido, era molesto y me habría agradado conocer su interpretación, pero juzgando que por el molinero no podría descubrir ninguna de estas cosas, me marché. Había delante del molino un espacio elevado en el que algunos de los citados ancianos paseaban bajo los rayos del sol (que entonces eran bastante cálidos) y consultaban sobre algunos escritos que la universidad de la facultad les había dado. Conjeturando que el contenido de los escritos me atañían especialmente, me acerqué a ellos diciendo: «Señores míos, ¿se trata aquí de mí?» «Muy cierto», respondieron. «Debes retener siempre contigo la esposa que tomaste hace tiempo; en caso contrario debemos indicarlo a nuestro príncipe.» «En este asunto, dije, no hay molestia, pues casi he nacido con ella y educado desde niño. Una vez desposada, nunca la abandonaré, la protegeré hasta mi último aliento, es más, ni la propia muerte nos separará.» «¿De qué nos lamentamos, pues? La misma desposada asiente a esto; debéis ser unidos.» «Estoy contento», dije. «Todo va bien», respondió alquien. «Así pues, el león recobrará la vida y será más poderoso y activo de lo que antes fue.» Entonces repasé en mi memoria las fatigas pasadas y por ciertas razones, colegí que este asunto atañía no a mí, sino a alguien bien conocido por mí.

Mientras consideraba estas cosas conmigo mismo, vi al esposo con su amadísima esposa, envuelto en las vestiduras mencionadas, totalmente preparado para el enlace, lo que me hacía más contento que contento. Siempre había temido que este asunto me perjudicase. Mientras tanto, según se ha dicho, nuestro esposo, ataviado de una brillante vestidura púrpura, con su agradabilísima y amadísima desposada, cuyo vestido todo de seda despedía brillantes rayos, llegaron junto los mencionados ancianos y fueron unidos sin demora. Admiraba en gran manera que esta virgen, que se afirmaba que era la madre de su esposo, era de edad tan tierna, que podía pasar por nacida hacía poco. Pero no sé qué pecado habían cometido, a no ser que, siendo hermanos, se habían unido con un amor tan ardiente que no podían ser separados de ninguna manera y así, reos del crimen de incesto, en lugar de un tálamo y de pomposas nupcias, fueron condenados a perpetua cárcel, la cual, sin embargo (por razón de su ínclito nacimiento, por la prez y antigüedad de su prosapia, y para que en adelante no realizasen a escondidas nada obsceno, sino que sus acciones pudieran ser observadas por guardianes ordenados) era transparente, perspicua y clara como el cristal y redonda como el globo celeste(54), de manera que allí, con continuas lágrimas y verdadera penitencia, dieran satisfación por los pecados cometidos. Para que pudiesen yacer desnudos en el aposento les fueron quitados toda vestidura y adornos con los que se habían engalanado y no se permitió quedar a ninguno de los que le habían acompañado a la cárcel o servido. Tras haber recibido abundancia de comida y bebida, y saciados con la dicha agua, fue cerrada la puerta del cubículo, puestos cerrojos y el sello de la facultad.

A mí se me dieron órdenes de observarles y calentarles al acercarse el invierno, para que no pasasen frío e impedir que marcharan o huyeran. Pero si, contra lo que esperaban y creían, sucedía alguna desgracia, sufriría graves represalias. Soportaba mal esta situación, el temor y la providencia me volvieron inquieto. Mi indecisión aumentó al considerar conmigo mismo que el asunto era de gran importancia y que el colegio de la sabiduría no acostumbraba a mentir, sino que sus designios siempre se cumplían.

La habitación estaba cerrada por arriba con una alta torre y otras defensas, y protegida por muros muy altos, con lo que podía calentar todo el dormitorio con un fuego suave pero continuo. Y puesto que había que sobrellevar lo que no podía ser cambiado, me ceñí de buen grado a esta obligación, y tras invocar al numen divino, comencé a calentar el habitáculo y a defender del frío a los esposos encarcelados.

¿Pero qué sucede? En cuanto sintieron el mínimo calor se abrazaron cariñosamente, de tal manera que nunca fue visto un abrazo semejante a éste y permanecieron en la fragancia de su amor hasta que, a causa del excesivo calor de su amor, el corazón del esposo se derritió y cayó a pedazos. Al verlo ella, que no lo amaba menos a él de lo que era amada, lloró tal raudal de lágrimas que casi lo anegó, hasta que inundándolo todo lo ocultó a toda mirada y no volvió a aparecer. Pero sus lamentos y lágrimas no fueron duraderos, pues a causa de la enorme tristeza, se entregó a una muerte voluntaria rehusando vivir más.

¡Ay de mí! ¡Por cuántas angustias atenazado, por cuántas inquietudes perturbado, por cuántos terrores asediado, al ver ya reducidos a líquido y muertos a los que se me habían confiado! Ante mis ojos tenía ya la indudable muerte y las previsibles burlas, desdenes y desprecios, mucho más molestos y a los que temía más que al castigo.

Consumí varios días en estas preocupaciones y meditando cómo resolver la situación me vino a la mente que Medea había restituido a la vida el cuerpo muerto de Esón, razonando así conmigo: Si Medea pudo hacer esto, tampoco a ti te será imposible. Empecé pues a considerar cómo llevarlo a efecto, pero no encontré mejor método que alimentar un calor continuo hasta que las aguas se disiparan y aparecieran de nuevo los cuerpos muertos de nuestros amantes. No dudaba que entonces desaparecería todo peligro, con gran beneficio y honor para mí.

Apliqué pues un calor continuado durante cuarenta dias. Las aguas se consumían de día en día; aparecieron los cadáveres, negros como el carbón, lo que se habría producido más aprisa si el cubículo no hubiese estado tan estrechamente oculto y sellado (pues no conseguía abrirlo de ninguna manera). Advertí que las aguas al ascender y acercarse a las nubes, se unían en la cima del habitáculo y volvían a caer como lluvia sin que disminuyeran en nada, de manera que finalmente el esposo y su amadísima esposa entraron en putrefacción desprendiendo un olor insoportable. En eso, al actuar los rayos solares en la humedad se vió en el habitáculo un hermosísimo arco iris adornado con hermosísimos colores, que tras tantas tristezas sufridas me produjo una gran alegría.

Me alegraba por ver a mis amantes yaciendo ante mí. Pero de la misma manera que no hay ninguna alegría tan sólida que no sea turbada por alguna adversidad, también yo me sentía triste dentro de mi alegría, al caer en la cuenta de que los que me habían sido encomendado estaban aún muertos, sin dar señales de vida. Sólo me consolaba que el habitáculo, solidísimamente cerrado, no deja escapar sus almas y espíritus, sino que los retenía aún bien conservados. Por ello proseguí animándolos con mi mencionado calor y cumpliendo con creces la labor encomendada, persuadido de que no los volvería a sus cuerpos mientras persistiesen aquellas humedades (ya que estos se deleitan en las naturalezas húmedas), lo que comprobé con los propios hechos.

Al atardecer advertí que se exhalaban de la tierra muchos vapores por la fuerza del sol y se elevaban de la misma manera que son atraídas las aguas por el sol. Coagulados estos por la noche con el primer crepúsculo, irrigaban la tierra a la manera de un rocío fecundísimo y lavaban nuestros cadáveres, lo cuales de día en día, cuanto más a menudo este lavado se llevaba a cabo, se volvían más blancos y cándidos.

Cuanto más se emblanquecían, tanto más disminuían la humedad, hasta que finalmente, expulsadas las nubes y las tormentas más húmedas, el espíritu y alma fueron incapaces de permacer por más tiempo en el aire puro y seco, y se vieron obligados a volver al cuerpo clarificado y purísimo de la reina, quien recibió la vida en el instante de sentirlo.

Como puede suponerse esto me llenó de alegría, tanto más cuanto que la veía resurgir engalanada con una nobilísima y suntuosísima vestidura que pocos mortales ha contemplado, y embellecida con una corona disinguidísima adornada de diamantes puros. Prorumpió con estas palabras: «Mortales, oíd y atended con diligencia: existe un sólo Dios Supremo, que tiene el poder de nombrar y deponer reyes; según su voluntad hace ricos y pobres, mata y restituye la vida. Yo misma soy ejemplo suficiente de este hecho. Era grande y fui vuelta humilde; de humillada he sido nombrada ahora reina de muchos reinos; tras la muerte me ha sido devuelta la vida; siendo pobre me han sido entregados y transmitidos los tesoros de los sabios y los poderosos. Por ello me ha sido concedida la facultad de hacer del pobre rico, de otorgar la gracia a los humildes, de restituir la salud a los enfermos. Pero soy inferior a mi dilectísimo hermano, potentísimo rey que aún debe ser resucitado de entre los muertos. Cuando venga, los hechos demostrarán que mis palabras son verdaderas.»

Al acabar de hablar, el sol lo iluminó todo con un clarísimo esplendor, aumentaba el calor del día y se acercaba la canícula. Hacía ya tiempo que para las nupcias de nuestra reina estaba preparada una elegantísima y riquísima vestidura tejida toda ella con sedas de diversos colores, vellosa negra, damascena ceniciento-azulada, blanca brillante y nívea refulgente, además de preciosas perlas, espléndidos diamantes y púrpuras. También en honor de nuestro nuevo rey se confeccionaban diversas vestiduras de una materia inapreciable encarnada, citrina y azafranada, entretejidas de seda roja rutilante, elegantísimos rubíes y gran cantidad de diamantes.

Sin embargo, los sastres que preparaban esta indumentaria no aparecían a la vista, de manera que, al ver preparada una nueva túnica o toga, me preguntaba admirado cómo podía hacerse, sobre todo porque no sabía que en el tálamo hubiese entrado más que el esposo con su esposa. Pero aún me sorprendía más que en cuanto había preparada una túnica, las anteriores se desvanecían, de manera que no sabía que se hacía de ellas o quién las reponía.

Cuando estuvo realizada aquella preciosísima vestidura púrpura, apareció el rey, grande y poderoso, con esplendor y magnificencia sin igual. Al sentirse encerrado, con suavísimas y elegantísimas palabras se dirigió a mí para que le abriese la puerta y le permitiese salir, lo que redundaría en beneficio mío. Aunque una y otra vez se me había prohibido abrir el habitáculo, la magnificencia y suave voz del rey me infundieron temor y no me negué a abrir. Al salir se mostró tan humano, tan benigno, tan humilde, que el hecho mismo daba testimonio de que a los magnates nada excepto estas virtudes les convienen y honran.

El gran calor del verano le producía una gran sed, por lo que estaba muy agotado y cansado, de manera que me pidió que no me negase a traerle agua de una corriente o arroyo que había a la entrada. Así lo hice y tras tomar con avidez un gran sorbo volvió a su aposento, ordenándome cerrar la puerta cuidadosamente para que nadie lo turbara o despertara de su sueño. Descansó unos pocos día y me volvió a llamar para que le abriera. Me pareció mucho más hermoso, rubicundo y espléndido. También lo advirtió él y adjudicándolo a esta agua preciosa y sana pidió más agua y bebió mayor cantidad que antes, de manera que me pareció adecuado extenderlo en el aposento. Una vez que nuestro rey bebió según lo prescrito de esta bebida preciosa, a la que sin embargo los ignorantes no valoran en nada, llegó a tal grado de belleza y poder, que en toda mi vida no había visto una persona más destacada ni recuerdo haber visto hechos más extraordinarios(55).

Me llevó a su reino y me mostró todos los tesoros y riquezas de todo el mundo, de manera que, quiera que no, me veo obligado a afirmar no sólo lo que la reina había dicho ha poco, que es la realidad misma, sino las que habían dejado descritas la mayor parte de los que conocen a nuestro rey. No había allí límite para el oro y los nobles brillantes, la restauración de la juventud y de las facultades naturales, la restauración de la salud perdida, la ausencia de todas las enfermedades era allí algo común. Más lo que sobre todo me llenaba de contento era que los hombres de aquel reino reconocen a su creador, lo respetan, lo honran, le piden y consiguen la sabiduría, la inteligencia y, sobre todo la felicidad eterna, tras esta gloria temporal. Quiera concedérnosla Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, triunidad digna de alabanza y honor por los siglos de los siglos, Amén.

 


NOTAS.

1. El carácter alegórico y visionario es uno de los aspectos más llamativos de la literatura alquímica y que permite casi cualquier tipo de lecturas o interpretaciones ajenas a la práctica de laboratorio. Él fue sobre todo el que indujo a Jung a su interpretación psicologista. La visión onírica más antigua es la de Zósimo (siglo 3-4), a la que Jung dedica un análisis («Las visiones de Zósimo», en Psicología y simbólica del arquetipo, Barcelona:Paidós, 1999). Aunque conservada en latín y posiblemente reelaborada, es de época árabe (tal vez siglo 12) la Visión de Arisleo; ya seguramente europea es la Alegoría de Merlín y algo más tardía la Visión de Ripley. La «Práctica puesta en palabras parabólicas», que constituye la cuarta parte del Libro de la filosofía natural de los metales del Trevisano, obra continuamente citada en este Tratado áureo, inicia seguramente la moda de llamar "prácticas" a este tipo de exposición alquímica. Así, por ejemplo, la encontramos también en la obra de Zecaire o Zachaire La filosofía natural de los metales, tercera parte, «en la que el autor muestra la práctica bajo alegoría»; de otra obra más tardía, pero atribuida también al Trevisano, El sueño verde, dice Salmón que «se encuentra en ella la práctica de la piedra vegetal». Una obra que seguramente Grasshoff tenía bien presente en mente es la tercera parte de la "biblia" rosacruz, Las bodas químicas de Christian Rosenkreutz.

2. Dastin es un autor de principios del siglo 14. La Visión está publicada en el Theatrum Chemicum Britannicum y en la Bibliotheca Chemica Curiosa; otra versión inglesa y una versión en latín, colacionada con cuatro manuscritos, ha sido editada por W. Theisen, «John Dastin's Alchemical Vision», Ambix, 46, 2 (1999), 65-72. Hay una traducción en italiano del texto de Manget, en C. Crisciani y M. Pereira, L'arte del sole et della luna (Spoleto: Centro Italiano di Studi sull'Alto Medioevo, 1996). Otra visión que recrea los mismos temas, aunque los protagonistas son un dragón y su "esposa", es la llamada Obra real de Carlos VI, rey de Francia, publicada en francés a principios del siglo 17.

3. De hecho plata es una palabra usada desde los orígenes del castellano, pero el Lapidario de Alfonso X (mediados siglo 13) muestra que también se usaba argento, quizás como latinismo. En cuanto a argento vivo la usan todos los textos alquímicos, incluido el tratado del "ermitaño" de Diego de Torres y Villarroel en el siglo 18. Hemos creído por tanto innecesario recurrir al calco plata viva que usan otros traductores.

4. El tema de la próxima desaparición del mundo la retoma Filaleteo (Introitus apertus, 1667: «en esta última edad del mundo»), relacionándola con la inminente venida del profeta Elías, predicada por Paracelso y paralcesistas.

5. Cf. Cosmopolita, Novum lumen chemycum (1604), Praefatio: «Amable lector, he meditado en mi interior sobre la multitud de libros adulterados y falsas recetas (así las llaman) de los alquimistas, compuestos por el fraude y la avaricia de los impostores, en los que no luce ni siquiera una chispa de verdad; puesto que al ser estudiados por los investigadores de las artes naturales y ocultas, la mayoría fueron engañados, y aún lo son, consideré que nada realizaría más útil que compartir en común con los hijos y herederos de la ciencia el talento que me ha concedido el Padre de las luces».

6. Limojon, Lettre aux vrais disciples d'Hermes (1687): «Es un gran paso encontrar la verdadera materia, que es el sujeto de nuestra obra; para ello es preciso atravesar mil velos oscuros, en los que ha sido envuelta; hay que distinguirla por su nombre propio entre un millón de nombres extraordinarios, con los que los Filósofos la han expresado diversamente; hay que comprender todas sus propiedades y juzgar todos sus grados de perfección que el arte es capaz de darle; hay que conocer el fuego secreto de los sabios que es el único agente que puede abrir, sublimar, purificar y disponer la materia a ser reducida en agua».

7. Es interesante anotar esta lectura, fratres aureae crucis, y no rosae crucis. El mismo apelativo aparece en el "Prefacio" del Aureum saeculum redivivum (compuesto en 1621), editado junto al Tratado áureo en la Dyas Chymica y reeditado también en el Musaeum. Esta obra se atribuye a Enrique Madhatano, Teósofo, Médico y finalmente, hermano de la áurea cruz por la gracia de Dios. Según esta obra una de las razones de la existencia de los "hermanos de la verdadera cruz áurea" es la custodia y transmisión de la "clave" de la filosofía, que es la preparación de la materia.

8. El afán de destacar en las cortes llevó a Sendivogio también a prisión, como había sucedido con el Cosmopólita, aunque más afortunado que éste consiguió escapar bien de la aventura. Cf. E. J. Holmyard, Alchemy (1957; Alquimia, Barcelona, 1960). En la Parabola Grasshoff evoca un encuentro real o imaginario con Sendivogio.

9. El del Noven lumen chemicum es Divi Leschi genus amo, "Amo la raza del divino Lescho". El del Tractatus de sulphure es Angelus doce mihi ius, "Ángel, enseñame lo que es justo".

10. Le livre de la Philosophie naturelle des métaux, tercera parte: «Y así he conocido bien a uno de la marca de Ancona que sabía muy bien la piedra; pero no sabía la multiplicación y me persiguió durante dieciséis años; pero no la supo jamás por mí, pues tenía los libros, como yo.»

11. El tema está en D. Zecaire, Opuscule, p. 47: « [...] la verdad [...] (como dice Aristóteles) aparece allí donde no hay contradicción. Es así que todos los que han escrito en esta divina filosofía, unos antes otros después, escribiendos unos en hebreo, otros en griego, otros en latín y otros en diversas lenguas, se han entendido y puesto de acuerdo de tal manera [...] que se puede juzgar con derecho que han escrito sus libros en una misma lengua y en una misma época». Hay obras enteramente dedicadas a probar esta tesis, por ejemplo la Concordantia philosophorum atribuida a Alberto Magno y la más conocida Armonia chymica de L'Agneau.

12. De Arnaldo de Vilanova se citan aquí el De conservatione iuventutis, Rosarius, Flos florum y Ad regem Neapolitanum. De ellas posiblemente sólo el De conservatione sea auténtica. La influencia del Rosario ha sido tan grande que tal vez haya que considerar esta obra como la madre de la alquimia occidental.

13. El texto de Rosino citado es Ad Saratantam,publicado en el Artis auriferae, vol 1 (1610). Según W. J. Wilson («An alchemical manuscript by Arnaldus de Bruxella», Osiris, 2 ,1936, pp. 220-405) el capítulo primero de esta obra es una reelaboración de la parte principal del Flos florum arnaldiano.

14. De tinctura physicorum. Esta obra ha sido traducida por A. E. Waite (The hermetic and alchemical writings of Aureolus Philippus Theophrastus Bombast, 1894; existen reediciones actuales) con el título The book concerning the tinctura of the Philosophes. La cita es del capítulo segundo.

15. La obra citada es el Tratado áureo o Siete capítulos dorados. La cita siguiente referida a la "tierra blanca hojosa", que no pertenece al Tratado, es recogida por multitud de obras.

16. El Rosarium philosophorum es una obra anónima publicada en 1550, que conviene no confundir el Rosario arnaldiano. Sus imágenes han sido ampliamente difundidas, sobre todo el león verde devorando al sol y la hierogamia real.

17. La imagen es la misma, pero el Rosario (1, VII) la usa en otro contexto: «Quien intenta teñir sin el argento vivo, avanza ciego a la práctica, como el asno a la comida.» También se encuentra en Ricardo Ánglico: «Estos pasan a la práctica como el asno al heno, sin saber a qué acerca el hocico; sin entender, son llevados al forraje por los sentidos externos, la vista y el gusto. Así, estos mismos asnos buscan perfeccionar las obras de la naturaleza, el secreto más secreto de toda la filosofía natural y su obra más excelente sin verdaderos principios ni estudios fructuosos ni conocimiento de las naturalezas.»

18. En el Rosario de los filósofos. La unicidad, no sólo de la materia, sino también de operaciones e instrumentos, es una teoría que se encuentra ya en la alquimia alejandrino-bizantina (CAAG, 1, 15): «Si alguien expone la enseñanza relativa a la multiplicidad de las especies, está en el error: el horno es único, único el camino a seguir, única también la obra». A Europa ha pasado en el Diálogo de Calid y Morieno, considerada la primera obra traducida del árabe al latín: «Y así, aunque todos los sabios cambiaron los nombres y las palabras, no querían entender sino una cosa, un camino, una operación» (edición de Stavenhagen, pág. 18). El Trevisano, en La filosofía natural de los metales, introduce esta doctrina inserta en un contexto de la Tabla de Esmeralda: «Es una cosa verdadera, sin mentira y muy cierta que lo alto es de la naturaleza de lo bajo y lo que sube de lo que desciende. Únelos por un camino y una disposición.»

19. Basilio Valentín es el seudónimo de un autor paralcesista de finales del siglo 16 y principios del 17. Grasshoff le cita en las siguientes obras: Practica de magno lapide antiquorum sapientum, De rebus naturalibus et supernaturalibus, Currus triumphalis antimonii.

20. No tengo conocimiento de que haya en latín ninguna obra atribuida a Aros. En las citas transmitidas es un rey de Grecia o de Arabia. Aparece también como discípulo de María (confundido a veces con su hermano Aarón) en la obra conocida en latín como Practica Mariae prophetissae, traducción del Risalat Mariya ila Aras (Carta de María a Aros). Aras al-Qass es un filósofo a quien an-Nadîm atribuye varias obras. Ibn Umail y al-Iraqi citan un diálogo de Aras (transcrito Ares por Holmyard) con Teodoro, rey de Bizancio.

21. Ricardo Ánglico, Correctorium alchemiae, obra de finales del siglo 13 de atribución incierta.

22. Roger Bacon escribió sobre alquimia en el Opus minus y en el Opus tertium, obras conservadas sólo en fragmentos. Él mismo alude también a una obra suya dedicada a la alquimia, cuyo título no da, pero que no es el Speculum. Frente a la alquimia "normal", Bacon imaginó una alquimia idealizada capaz de mejorar tada las imperfecciones de la naturaleza, tanto en los metales como en la restitución de la salud y prolongación de la juventud, ideas que recogerían el Rosario arnaldiano y el Testamento luliano. Cf. M. Pereira, L'oro dei Filosofi (Spoleto: Centro Italiano di Studi sull'Alto Medioveo, 1992), pág. 44 ss.

23. Del corpus luliano Grasshoff cita las siguientes obras: Testamentum; Codicillum; Testamentum ultimum; Vademecum; Clavicula; Compendium animae transmutationis.

La gran especialista en este autor, Michela Pereira, lo presenta así: «RAIMONDO LULLO - (1235-1316) Filosofo maiorchino, inventore dell'ars combinatoria e autore di un vastissimo corpus di scritti filosofici, teologici, scientifici e letterari, Lullo ebbe una posizione di dubbio e talora di deciso rifiuto rispetto all'alchimia: ciò non impedì tuttavia che meno di un secolo dopo la sua morte circolassero sotto il suo nome testi d'importanza centrale nella tradizione alchemica dell'elixir, come il Testamentum ed il Codicillus, nonché il Liber de secretis naturae seu de quinta essentia, rielaborazione del testo di Giovanni da Rupescissa, il cui autore cercava anche di risolvere il clamoroso paradosso di tale attribuzione. Sembra che all'origine degli scritti pseudolulliani possa esservi un alchimista di origine catalana e di formazione medica, la cui figura resta però ancora avvolta nel mistero. La struttura dinamica della metafisica sviluppata nelle opere autentiche di Lullo può aver costituito lo sfondo concettuale che ha reso possibile l'attribuzione di opere alchemiche, ben presto divenute numerosissime ed accettate come autentiche dai seguaci del maiorchino fino al XVII secolo e oltre.» (Tomado de: Alchimia medievale: un sapere che nasce dal fare, en http://campus.sede.enea.it/internetscuola/alchimia/home.htm)

24. Según el De compositione alchemiae, Morieno era un eremita cristiano discípulo de «Adfar Alexandrinus» e iniciador a su vez del príncipe omeya Khalid. Ambos son autores mencionados por an-Nadim (siglo 10), quien sin embargo ignora esta relación. "Adfar" es Estéfano, de los que an-Nadim menciona dos, uno "el alejandrino" y otro "el viejo". El primero se corresponde con el alquimista de la corte del emperador bizantino Heraclio (siglo 7); el segundo (¿el mismo u otro?) es un cristiano que tradujo para Khalid libros de alquimia. Es posible que en una fecha próxima al siglo 12 se asimilasen este último Adfar y Morieno.

25. Es bien sabido que en el sistema tolemaico todos los cuerpos celestes giran alrededor de la tierra directamente. Las esferas (llamadas también globos o cielos) planetarias son, no los planetas, sino las esfera ideales engendradas por las órbitas planetarias al girar sobre el eje del universo. Todo lo que queda dentro de la esfera de la luna es el llamado mundo sublunar, en el que según la teoría aristotélica todos los cuerpos están compuestos por los cuatro elementos y sujetos a corrupción.

26. La parte "alquímica" del libro cuarto de los Meteoros de Aristóteles es una traducción abreviada de la parte  mineralógica del Libro del remedio (Kitâb al-Shifâ) de Avicena, que circuló en latín también de forma independiente con el nombre De congelatione et conglutinatione lapidum con la autoría correcta.

27. La teoría de los dos azufres está elaborada en el Rosario, como acabamos de ver, aunque con elementos tomados de la Suma. Sin embargo parecen deducciones propias de este autor la división del azufre "interno" también en puro o impuro y la consideración de que ese azufre incombustible y puro no es sino mercurio coagulado. Este análisis, que parece teóricamente innecesario, debe tener una justificación práctica.

28. Tal como fue creada por los árabes, la teoría del azufre mercurio necesitaba reconocer varios estados de pureza de esos principios para explicar las diferencias entre los metales y el por qué de su perfección o imperfección. Separarlos, purificarlos y volverlos a unir era un camino que sólo condujo a imitaciones que pronto desprestigiaron a la alquimia a los ojos del "vulgo", pero los "filósofos" siguieron con sus investigaciones buscando otros caminos teóricos que orientasen los experimentos. La solución más original y las más generalmente aceptada fue la iniciada por el Rosario, aunque inspirada por la Suma de Géber, y que Grasseo ha expuesto en este pasaje, y que podemos resumir así: existe una sustancia común a los metales (mercurio) que se coagula naturalmente en oro por su propia energía (azufre interno), a no ser que se lo impida un azufre "externo", que es el que provoca las diferencias metálicas. Dónde buscar esa materia prima, cómo depurarla  del "azufre externo" y cómo potenciar el "azufre interno", esa será la línea de investigación de la alquimia "universal".

29. Dentro del corpus luliano el Liber de investigatione secreti occulti propugna el uso de la orina humana como materia prima basándose en que el hombre, como microcosmos, ha de tener en su interior el equivalente a las minas en el macrocosmo: «Y puesto que es evidente que la orina pasa a la naturaleza de la piedra por sí misma, [el intelecto] afirma que esa es la sustancia de la que se genera la alquimia artificialmente». Ref. M. Pereira, L'oro dei filosofi. (op. cit)

Buscando la "piedra" en la orina humana fue cómo el médico-alquimista Henning Brandt logró aislar el fósforo hacia 1668. Sin conocer su procedimiento y sólo con la vaga indicación de que provenía de la orina, lograron obtenerlo también, individualmente, Boyle y Kunckel. En el proceso de extracción se usaba arena molida, lo que nos lleva, a nivel simbólico, a uno de los lemas del grabado inicial de esta obra: Omne decus nisus in arena (que puede traducirse por «Todo decoro tiene por fundamento la arena»).

El nombre de fósforo (phósphoros, portador de la luz) fue aplicado primeramente por un alquimista de Sajonia, de nombre Balduin, a una sustancia (nitrato de cal calcinado) con la cualidad de "atraer la luz del sol", es decir, luminiscente; fue a su vez un descubrimiento accidental, al usar esa sustancia en un proceso para la obtención del spiritus mundi (Ref. F. Hoeffer, Histoire de la chimie, tomo 2, 1869).

30. En una obra admitida como auténtica, las Glosas al Secreto de los secretos de "Aristóteles", Roger Bacon es justamente de la opinión contraria. Al analizar las materias primas y tras admitir como buenos algunos minerales y vegetales, escribe: «Las mejores son las sustancias animales como sangre, huevos, cabellos, y sobre todo las partes del hombre, y entre ellas la sangre.» En el Opus tertium distingue entre obra mayor y menor en base a las materias primas utilizadas: «Se llama obra mayor cuando la operación se realiza sobre partes animales para obtener la medicina; la menor opera sobre el arsénico o azufre o algún otro inanimado o sobre varios, puesto que la medicina nunca puede obtenerse de los inanimados tan noble como de las partes animales.» (Ref. M. Pereira, L'oro dei filosofi, op. cit., pág. 65). El uso de sustancias de origen orgánico, con especial preferencia de la animal, es característico de la alquimia yabiriana, sin embargo, al establecer esta división atípica entre obra mayor y menor Bacon parece tener más en mente las finalidades terapéuticas que las transmutatorias.

31. Estas clasificaciones se basan normalmente en propiedades físicas: los metales son fusibles y maleables; las sales, alumbres, atramentos, vitriolos, etc., son solubles en agua y se diferencian por su sabor salado, ácido, astrigente, etc. En textos antiguos, "piedra" es todo tipo de mineral no fusible ni soluble, pero sí desmenuzables; en este contexto parece equivalente a nuestro concepto de piedra: calcáreas, granitos, basaltos, etc. El Arca arcani, obra atribuida también a Grashoff, explica la división de los minerales (TC 6, pág. 303): «Hay que saber que los filósofos distinguen tres minerales. De estos, los minerales mayores son los metales, cuando aún están ocultos en su caos, en sus cortezas o, según Teofrasto, en la fábrica de la Naturaleza, esto es, antes de ser fundidos por la violencia del fuego y ser convertidos en metales. Los medios minerales son las marcasitas y todos aquellos en los que puede verse algún esplendor metálico, como el antimonio, bismuto, etc., de los cuales no se genera metal, aunque permaneciesen ocultos muchísimo tiempo en la tierra [...] pues sólo tienen dos principios, azufre y mercurio, pero carecen del tercero, la sal. Del tercer género son los minerales menores, las sales como son el alumbre, nitro y las otras tierras de esta clase, en los que no puede observarse ninguna forma o esplendor metálico.»

32. El auge en el uso del antimonio como materia prima privilegiada en alquimia se debió a la gran atención que recibió de los médicos espagiristas como Suchten, pero sobre todo al descubrimiento de que si la obtención del "régulo" o metal puro se realizaba según un determinado proceso, en la superficie de separación con las escorias aparecía una textura cristalina que recibió el nombre de "estrella", considerada por muchos como una marca celeste. El Carro triunfal del antimonio (1603) de Basilio Valentino muestra que ya está muy extendido el uso del "régulo estrellado" en alquimia, aunque este autor rechaza categóricamente que sea él la materia de la piedra de los filósofos. La prevención contra su uso por parte de Basilio Valentino u otros como nuestro autor, no sirvió más en sus días más de lo que ha servido en los nuestros el rechazo de Fulcanelli. Dos partidarios de su uso fueron, en aquellos tiempo Filaleteo, en los nuestros Canseliet.

33. Los vitriolos son sulfatos cristalizados de los que existen varias clases. Aquí se refiere claramente al vitriolo azul o sulfato de cobre. El espíritu ácido al que más adelante hace referencia el texto es el ácido sulfúrico, llamado espíritu o aceite de vitriolo, o bien vitriolo a secas. La "transmutación" del hierro en cobre por inmersión en una solución de caparrosa azul es citada algunas veces por alquimistas renacentistas como prueba de la posibilidad de la transmutación.

34. Alfidio es un autor árabe muy citado en la Edad Media. Se supone que vivió en el siglo 12, pero nada se sabe de su vida. Los manuscritos le atribuyen dos obras, un Liber methaurorum y un Libellus isagogicus.

35. Para la aceptación de los metales, aunque no "solos", ver la cita de Bernardo más adelante.

36. El texto dice duplex, pero a continuación enumera tres.

37. Haly, Liber secretorum alchimiae. La tradición manuscrita atribuye esta obra tanto a Haly como a Khalid, pero hay que pensar más bien en una confusión de la transmisión que en la identidad de ambos personajes. El libro de la figuras de "Flamel" lo cita como Hali Abenragel, astrólogo quizás cordobés de mediados del siglo 11, pero tal vez sólo sea una hipercorrección.

38. El su es ambiguo, puede referirse tanto a los metales como a los Filósofos.

39. Al no dar valor alquímico a los metales imperfectos, Grasseo interpreta este pasaje simbólicamente, refiriendo los metales planetarios a fases de la obra, tal vez de la cocción final. Pero lo que expone Basilio Valentín es un un particular basado en una aleación de plata, hierro y cobre; así lo interpreta Fulcanelli (Las moradas, cap. "Alquimia y espagiria") quien da la cita completa, cuya parte final falta en Grasseo.

En el De rebus (Cf. G. Ranque, La piedra filosofal, cap. 4, edición de Plaza y Janès, 1972, pág. 201) Basilio da otro particular, esta vez una amalgama de cobre e hierro, purgados y fermentados por el oro. Pero Basilio distingue estos procedimientos "particulares" del "universal", basado en la materia única, como Grasseo expone a continuación.

Es bastante probable que sean estos los procedimientos a los que se refiere Limojon (en Carta de un filósofo), para quien Basilio Valentino «es de todos los filósofos el que nombra más claramente y sin equívoco los primeros principios de la obra. Los llama con su propio nombre y sólo oculta el medio de corromper[los] y unir su alma y espíritu.» Según este autor, en el De rebus naturalibus et supernaturalibus, «en los capítulos de los espíritus de los metales enseña qué cuerpos se han de unir y destruir para obtener el licor espiritual.»

40. El Liber quartorum o Summa Platonis atribuida a Platón es una obra transmitida sólo en manuscritos. En el Theatrum Chemicum 5 (1660) hay un comentario de "Hebuhabes Hamed" explicado por "Hestole". Más que por esta obra, Platón es conocido y citado como interlocutor de la Turba (sermo 45), doctrina que coincide con la expuesta en el Liber quartorum. Cf. D. W. Singer, «Alchemical texts bearing the name of Plato», Ambix, 2 (1946).

41. Utilizando un sistema corriente de encriptación, Grasshoff parece haber hecho cabalgar en el mismo análisis teórico dos operaciones. Hasta ahora analizaba las materias susceptibles de suministrar el mercurio; ahora ha pasado a las que suministran el "fermento" u "orientación metálica".

42. El desarrollo de la explicación es más claro en el Compositum de compositis albertino(en TC 4), donde se refiere al oro y la plata como fermento o alma. Primero explica la finalidad del fermento (p. 838): «En tercer lugar hay que proceder a la fermentación de la tierra blanqueada, de manera que se anime el cuerpo muerto y resucite y así su virtud se multiplique hasta el infinito». Después explica que este fermento se prepara reduciendo a cal los metales. Finalmente el por qué los fermentos sólo pueden extraerse de los metales perfectos (p. 839): «El fermento del argento es el argento, el fermento del oro es el oro y no habrá otro fermento. La razón es porque estos dos cuerpos son brillantes y en ellos están los rayos espléndidos que tiñen los restantes cuerpos en blancura y rojez verdaderas». Aunque sin mencionarlo, este último pasaje es una cita extractada de la de "Avicena" que nos ofrece Grasshoff.

43. Este primer fragmento de la cita, aparece, bastante más largo y parcialmente diferente, en el Lirio, texto citado por Bernardo Trevisano: «Y callen todos los que predican otro oro que el nuestro, oculto en el cuerpo de la magnesia, otro azufre que el nuestro mencionado, llamado *** [azufre de azufre], otro argento vivo que el nuestro mencionado llamado *** [mercurio de mercurio], otra agua que la nuestra, llamada agua permanente, otro lavado que el nuestro, que se hace mediante el color negro y blanco, otro vinagre que el nuestro, llamado vinagre acérrimo, otra disolución que la nuestra, que se realiza en un fuego suave, otra congelación que la nuestra, que se realiza igualmente en un fuego suave, otra putrefacción que la nuestra, que se hace mediante la segunda parte deel agua, etc.» El texto continúa en este tono, negando que los materiales y operaciones vulgares sean útiles a la obra y que los autores que los mencionan sólo lo hacen por similitud.

44. El uso del oro natural es polémico en alquimia. Grasseo es aquí de la misma opinión que Nicolás Valois en La llave del secreto de los secretos, cap. "Segunda practica" (segunda mitad siglo 16): «Ten por muy cierto que el oro es el comienzo de nuestra gran Obra. Pero no en el estado en que está, puesto que es duro sólido y muy unido en todas sus partes, sino que hay que disgregarlo y después hacer operar a la naturaleza.» Para Valois, el oro natural está "muerto" porque aunque tiene una semilla potencial, por sí mismo no puede hacerla activa. Filaleta, en La entrada abierta, cap. 12 (mitad siglo 17), sigue la misma doctrina ligeramente modificada: el oro vulgar tiene una vida latente bajo su dura corteza y si se dice que está muerto es porque aún no ha germinado; lo mismo podría decirse de un grano de trigo antes de ser sembrado. La labor del artista será conseguir que el oro emita esa semilla, y para ello es preciso disolverlo en argento vivo. Esta "semilla", oro vivo o filosófico o azufre, que es identificada también con la "materia prima" de Avicena-Aristóteles, debe ser sembrada a continuación en la "tierra blanca hojosa" (ver nota siguiente).

El uso del oro como generador del azufre plantea un problema: la prohibición expresa de algunas obras de usar materiales costosos. Mientras otros autores resuelven la dificultad buscando esta "semilla" en la misma materia que procura el mercurio, la solución que da Grasshoff, reinterpretando a Morieno, es que la materia cuesta poco porque en realidad se necesita muy poco oro.

45. Seminate aurum vestrum in terram albam foliatam. Este axioma de "Hermes", muy difundido, se ha transmitido sólo en citas; la más antigua tal vez es la Tabula chimica de Senior Zadith (en Theatr. Chem. 5, 1660, pág. 205). Foliata se ha traducido tradicionalmente por "hojosa", pero Maier (en Atalanta fugitiva, emblema sexto) entiende "labrada", "aireada" o algo similar: Ruricolae pingui mandant sua semina terrae / cum fuerit rastris haec foliata suis («Los campesinos arrojan sus semillas a la tierra pingüe cuando ha sido removida por sus azadones.» Traducción de Pilar Pedraza en S. Sebastián, Alquimia y emblemática. "La fuga de Atalanta" de Michael Maier. Madrid: Ediciones Tuero, 1989).

46. Eobaldo Vogelio (Ewald Vogel): De lapidis physici conditionibus (1595).

47. El Rosarius abbreviatus es un resumen del Flos florum arnaldiano. Puede observarse que esta cita acerca de la solución se corresponde bastante bien con "la primera palabra de los filósofos".

48. Hemos señalado entre paréntesis angulares el número de las estrofas según la edición de Elias Ashmole, Theatrum Chemicum Britannicum (1652), "Preface" al Compound of Alchymie, pág. 124-126.

49. En este verso acaba el comentario de Filaleteo en An exposition upon Sir George Rypley's Preface. La obra completa en inglés de Filaleteo ha sido objeto de una excelente edición por S. Merrow Broddle, aún disponible en el website de McLean: Alchemical works: Eirenaeus Philalethes compiled (Boulder, Colorado: Cinnabar, 1994).

50. Estas dos fases de la solución o dos soluciones sucesivas obliga también a contemplar la necesidad de dos mercurios, uno el argento vivo o "disolvente" del metal (en este caso oro), el otro la "tierra" donde sembrar la "semilla". Este punto doctrinal, conocido como el enigma de los dos mercurios o dos vasos, ha sido tratado en detalle por Fulcanelli (Las moradas, cap. "El mito alquímico de Adán y Eva"). En lo que se nos alcanza, la primera mención clara aparece en la obra atribuida al "compañero" de Valois, Grosparmy, El tesoro de los tesoros, 1, 11, compuesta en la segunda mitad del siglo 16. De la misma época es El libro de las figuras de "Flamel", cuyo capítulo sexto parece tratar el mismo asunto, aunque de manera mucho más oscura. El problema es complejo desde el punto de vista simbólico, porque de hecho lo que se hace es integrar en un solo proceso lo que antes eran dos diferentes: la obtención del elixir blanco y la del rojo.

51. La indicación se encuentra en de Ripley, Compound, cap. "Of Solution. The second gate", cuarta estrofa:

But yet I trow understandst not utterly,

the very secret of Philosophers Dissolution,

therefore understand me, I counsel thee wittily,

for the truth I will tell thee withouth delusion,

our Solution is cause of our Congelation;

for Dissolution on the one side corporal,

causeth Congelation on the other side spiritual.

La "coagulación" o "fijación" de los "espíritus", especialmente del mercurio para evitar su evaporación al tratar las amalgamas a altas temperaturas, fue una preocupación de los alquimistas árabes y de los primeros europeos. Pero a partir del siglo 14 se va afianzando cada vez más la idea de que la "vivificación" o "simiente" considerada como fuerza germinativa, es de origen celestial y más concretamente de origen planetario, con especial predominio del del sol. Ese "espíritu" vivificador fue identificado con el "espíritu del mundo" de Marcilio Ficino (segunda mitad siglo 15) y con el mercurio-espíritu, con lo que la interpretación dada a esa "coagulación" varió completamente respecto a la de los árabes.

Esta corporificación-coagulación del espíritu universal es de vital importancia para alquimia actual de influencia fulcanellista, la cual considera que ahí radica la principal diferencia entre alquimia y química.

52. Existen diferentes textos que dan cuenta de este tipo de prácticas, llamadas sofísticas, para satirizarlas. Citemos el Diálogo de Mercurio, del Alquimista y de la Naturaleza del Cosmopólita y Las aventuras del filósofo desconocido, de Dom Belin, en el siglo 17. De la misma época, y dentro de la escasa literatura alquímica española, tenemos la exposición onírica de la Respuesta a los veinte sabios cordobeses de "Enrique de Villena", lamentablemente conservada sólo en forma abreviada, editada por Luanco en La alquimia en españa, tomo 1 (1889; hay reediciones actuales) y por J. Eslava Galán, Cinco tratados españoles de alquimia (Madrid: Tecnos, 1987). Mencionemos también las prácticas a las que se entregaban los alquimistas del Sueño del infierno (1627) de Quevedo, entre las cuales se encuentra la insólita de experimentar en sí mismos como materia prima y «arder de buena gana sólo por ver la piedra filosofal».

53. Et tibi ignoscetur. La frase parece estar descontextualizada y es de sentido dudoso. ¿Se refiere tal vez el autor a sus propias prácticas "sofísticas" anteriores? Así lo entiende Waite: «Surely you, too, will obtain forgiveness».

54. El simbolismo de este edificio aparece quizás por primera vez en la Turba (sermo 58 en la versión del TC5), donde Balgus aconseja encerrar en una «casa circundante, redonda, tenebrosa, rodeada de rocío», a un anciano de cien años con el árbol cuyos frutos le rejuvenecerán. En la Visión de Dastin el dormitorio no es "tenebroso" sino "lúcido". En la Turba gallica el filósofo se llama Brachus y la casa es «redonda, rodeada de calor húmedo y cerrada a la lluvia, el frío y los vientos». El Trevisano (Filosofía Natural de los metales, finales siglo 15) también menciona el edificio, en una cita del discurso de un tal Atefimalef, un contertulio de otra versión del Código de toda verdad, otro nombre de La Turba: «"Pon el hombre rojo con su mujer blanca en una habitación redonda, rodéalos con fuego de corteza, con una calor continuo y déjalos hasta que se haga conjunción del hombre en agua filosofal, pero no vulgar, es decir, en agua que contiene todo lo que es requerido para su su perfección." Es entonces la primera materia de la piedra y no de otra manera, pues tiene en sí la naturaleza de lo fijo, que la fija, y la naturaleza espiritual y digna sustancia de la Piedra muy noble».

Según Jacques le Tesson, L'Oeuvre du Lion Verd (¿finales siglo 16?), la cámara es triple: «[...] me pondrás en una cámara redonda y clara, para que veas a mi alrededor; que esté exactamente cerrada y que ninguna otra cosa pueda entrar en ella ni producir daño. Además construirás otras dos habitaciones y las pondrás una dentro de la otra, tomarás aquella en la que yo estoy y la pondrás en medio de las dos, para que nada pueda dañarme».

Tal vez haya que relacionar este simbolismo con el triple vaso de "Flamel" y el fuego húmedo circundante de "Artefio".

Este thólos hialino evoca el templete de Vesta en el foro antiguo de Roma, donde las vestales tenían obligación de mantener siempre vivo el fuego sagrado y cuya extinción comportaba severos castigos para la culpable.

55. La relación entre el "rey" y el "agua" o "fuente" es el tema principal de la parábola del Trevisano, que es a su vez una paráfrasis de la Parábola sobre la piedra de los filósofos, alegoría que parece hundir sus raíces en fuentes árabes. Este breve texto ha sido editado -parcialmente- en latín con traducción inglesa por W. J. Wilson, «An alchemical manuscript by Arnaldus de Bruxella», Osiris, 2 (1936), pp. 348-351. Una variante con el título de Alegoría de Merlín está editada en la Bibliotheca Chemica de Manget; de ésta puede consultarse una traducción en la "Biblioteca Digital" de la revista electrónica "Azogue": http://www.revistaazogue.com 

 

 

 

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